miércoles, noviembre 25, 2009

EL SUEÑO REALIZADO....un cuento para pensar


* Susana Pussacq


- ¡Qué temprano llega esta mañana!, murmuró el portero al abrir la vieja

puerta de la escuela. Después, llegó su acostumbrado rezongo matinal.

Pero él no lo advirtió. Y apenas vio a aquellas personas, seguramente padres de alumnos que se esmeraban por mostrarles su mejor saludo.

En línea recta atravesó el camino hacia la dirección y se sintió algo incómodo al comprobar que su delantal lucía tremendamente corto.

Pero ese era un detalle insignificante.

Abrió los cajones, se familiarizó con los papeles de su escritorio, atrapó el enorme manojo de llaves que colgaba de un gancho de la pared y se preguntó de dónde serían.

Se alisó los cabellos y un relámpago recorrió su espalda cuando escuchó un timbre que lo llamaba a la realidad.

Con la misma frialdad que lo había hecho antes, mezcla de cinismo e insensatez, recorrió el camino hacia el mástil.

Por un momento se asustó cuando al contemplar la bandera la vio negra, completamente negra. Pero no, eran sus propios pensamientos.

Como un autómata contestó algunas preguntas y dispuso algunos cambios. Temía que la voz le fallara durante el saludo. Había repetido tantas veces esas mismas palabras en soledad, que en ese momento lo hizo casi sin pensar.

Pronto, todo terminó. Y cuando la puerta del último salón se cerró, comenzó a sentirse mucho más seguro.

Con paso firme se dirigió a la dirección. Trató de que su verdadero yo no se apoderara de él y lo escondió detrás de una sonrisa de dientes parejos al estrechar entre sus manos, la de los miembros de la Asociación de padres.

Se ubicaron en cómodos sillones, comenzaron hablando de temas intrascendentes.

Delante de ellos se mostró tranquilo; y cuando terminó la charla se apuró a despedirlos con un frío “hasta pronto”.

Ni bien se encontró solo, se encaminó hacia su verdadero objetivo, el archivo de los legajos.

Buscó, buscó, buscó.

Finalmente pareció calmarse al encontrar un sobre abultado y algo amarillento. Habían pasado… ¿diez?... ¿veinte años?

No importaba. Lo abrió y desparramó sobre su escritorio un sin fin de papeles.

Entonces su rostro comenzó a transformarse. Con furia cada vez más creciente, comenzó a destrozar cada uno de ellos.

Por un momento se detenía, los veía con avidez, sonreía y volvía nuevamente a su furia destructiva. Una tras otra fueron cayendo todas las evaluaciones de su niñez, todas las frustraciones, todos los rojos, todos los malos recuerdos…

Cuando llegó al final parecía agotado.

Como si hubiera librado una infernal batalla. Su trabajo ya estaba cumplido. No tenía nada más que hacer allí.

Sin limpiar el lugar, sin quitar los papeles que cubrían la mesa, salió por la misma puerta por la que había entrado; ahora, rumbo a la calle.

Cuando se cruzó con el director, solamente murmuró un tímido: ¡Buenos días, señor!”.

Pareció de pronto que el niño callado y sumiso quería invadirlo otra vez. Pero se repuso enseguida. Y el aire fresco de la mañana que ya entraba por una puerta definitivamente abierta, lo animó.

Jorge Méndez había deshecho en aquel húmedo día de marzo, una cadena de meses y años que lo habían atado al último lugar en su escuela de la infancia y, por un momento, había logrado ser lo que tanto anhelaba en su niñez: el Señor director.

¿Cuántos desearon y desean hacer alguna vez lo que Jorge Méndez hizo? ¿No seremos nosotros, los maestros, hacedores de esa cadena de frustraciones?

La escuela debe crear siempre un espacio abierto al diálogo y al pensamiento libre; a la libre expresión y al respeto mutuo. No lo olvidemos.

(*) Directora

REVISTA LETRAS MACONDO

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