lunes, mayo 31, 2010

AFRICA FUE LLEGANDO A MI…

(+) Ainhoa Orta Ladislao

África fue llegando a mí a través de los años, lo voy viendo lentamente, en tantísimas horas de espera.
Por Tarzán, quizá primero... árboles y libertad, blancos viviendo en lo salvaje.

En Paris, en el metro, solo vi a las mujeres africanas gigantes, enormes en sus colores y formas. ¡África había invadido Paris y yo no lo sabía!

Pero lo olvidé pronto.

Ya en Madrid, cada vez que volvía de Bilbao y subía las escaleras del metro hacia casa, veía unos carteles anunciando fiestas africanas en discotecas. Odiaba aquellos carteles todas las veces que subía las escaleras con mi maleta.

Me ofendía la animación africana en aquella ciudad de los ochenta, era vivir en un doble pasado continuo, un pretérito imperfecto, diría you, ahora ja.

Ya en Bilbao olvidé todo. Volví a mi ser apático de mi la adolescencia a los 33 años, la edad de Cristo al supuestamente morir y resucitar o renacer.
Yo también quería renacer, y resucitar al mismo tiempo, estaba en el risco, en pleno salto, en la raíz de mi vida, volvía a ello, y... nada ocurría.

Un día comprendí que para renacer o resucitar había que morir antes.

Claro, pensé, esto lo sabía ya desde pequeña, cuando me ejercitaba en la muerte, y en resucitar todas las noches, pues pensaba que no iba a sobrevivir ninguna noche.

Y me empeñe en morir. Pero no como de niña, de noche y en cama esperando la muerte venir.

Ahora era a los 33, morir al Ego, transformarme, iluminarme.

Solo leía libros de Osho, mi Maestro y confirmador de mis epopeyas infantiles, juveniles, y actuales.
Otros y otras fueron mis seudo guías antes, pero al final, les presentía peor que yo, y les abandonaba.

Me suicidé del medio social, al que había sido muy asidua por 20 años, la calle, la gente, los bares, el alcohol, etc...
Me liberé de toda conversación superficial para mí, o sea todas, pues la primera que estaba en la superficie era you, pero ahogándome.

Y me sumergí en la imaginación, largo tiempo abandonada.

África. Volvió. Resurgió. El África de mis sueños. Las cascadas. El verde a muerte por doquier, o la sábana amarillenta, sepia, como de foto antigua. Me daba igual. Reggae. Oía reggae, y veía sonrisas, nunca caras.

Y allí aparecí, en África.


África negra, oscura, sin apenas luz, montones de basura amontonados que aun no se veían pero se auguraban, escombros, casuchas, poca luz, gente en los suelos, andando, gritando, corriendo, pidiendo, fumando, mirando... ojos, ojos, sonrisas y dientes. África.

Dios mió, pensé, dónde he venido.

Suciedad. Por todas partes. Fealdad, y sin embargo,... Había mas vida junta allí que en todo Europa unida.

Mal olor. Vestidos verdes esmeralda en seda. Arena y objetos por doquier. Zapatos de tacón de las mil y una noches en los pies de ellas. Basura. Reinas deambulando entre chabolas. Cabras famélicas. Bailes salvajes de sultanas negras en la calle. Aire de harén reunido en grupo… ¿Celebrando qué?

Cámaras, focos, princesas ataviadas, público, niños, mujeres, niñas, yo, que no puedo sacar fotos por amenazas explicitas de cortarme el cuello... Sonrío, sonrío, actúo a lo negra de la señorita escarlata, ¿yo que soy la blanca? Me río de mi error, voy de negra esclava del sur de las pelis en África.

No he visto incongruencia mayor. ¿Se dan cuenta de lo que hago? Me temo que no, pero miran con recelo.
Mi actuación no es muy de su agrado, me observan con desdén semioculto entre miradas turbias.
Sonrío, sonrío.

Los niños, que no niñas, me sonríen de verdad, se ríen con mis ocurrencias, me toman por lo que soy, una excéntrica, y se ríen mucho conmigo. Yo con ellos disfruto con los que más. ¿Tienen 6, 7, 8, 9 años? Nos sentamos en la calle, en cualquier acera, ellos con sus cubos mendicantes, yo con mi cámara de fotos, y nos comunicamos durante horas.

Reímos de verdad, ellos saben por instinto que les quiero sin razón alguna, que soy igual que ellos, misma edad, pero en un cuerpo blanco de una chica mayor, que habla pocas palabras de su idioma, que ellos pensaban era patrimonio de negros.

Nos comunicamos tanto, mirándonos a los ojos, hablando con una elocuencia que ninguna palabra podrá transmitir jamás.

Durante horas, allí, todos sentados, sacando fotos, fotos, riendo... estaremos allí para siempre, ellos y yo, tantos tantas veces y yo. Yo espero, ellos me esperan. Quizás nos den algo de dinero luego y podamos compartirlo todos. Sonreímos satisfechos, esperando, sabiendo que además, luego, quizá, habrá gratificación. Ideamos estrategias para pedir mejor.

Ah, qué felices somos ahora, allí, a pleno sol... Todo el mundo nos mira, pero nosotros no vemos a nadie. Nuestro grupo esta alerta, pero ya el exterior no nos incumbe. Allí, aprendiendo idiomas, palabras, canciones, cómo ser amigos...

Todo el mudo me sonríe. No paro de sonreír también. Como si hubiera cámaras por todos lados...
Nunca fui tan agasajada antes. Por todo el mundo. Por el placer de ellos de hacerlo. Por el mió de recibirlo. Gratis.
Por disfrute de sonreír, sonreír, reír...
Nunca me sentí mejor.
Ahora comprendo a las personas adictas a la fama...

África. Algo inconmensurable tiene aun este continente, algo de lo que es difícil hablar para una blanca.
Hay vida mágica allí.
Natural.
Salvaje aun, aunque recortada con tabúes europeos.

África me resucito.
Ella sola.

A golpe de impresión constante, emoción continua, vida y más vida, y más vidas fluyan a mí, que había estado muriendo en la verdioscura costa vasca, para resucitar después.

Y renací, para caer de nuevo en la misma costa ya olvidada, la MIA, la de siempre, la costa tormentosa, caras cerradas, lluvia, luz de farolas.

¿Cómo?, pensé, esto no entraba en mi guión, Cristo no volvió a ser Jesús after.

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Ainhoa Orta Ladislao, (Getxo – Bizkaia – España, 1974)

Estudió periodismo y arte dramático, y actualmente estudia crítica literaria feminista o alternativa. Es lectora voraz y viajera sin fronteras. Escribe su diario y relatos breves desde los 10 años.
FUENTE :http://poetasdelatierra.org

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