lunes, septiembre 13, 2010

AQUEL QUE FUE MI BARRIO


(*) SUSANA GOMEZ PARAMACONDO

La moda primavera verano que llegaba desde lejos, nos instigaba a utilizar colores fuertes y llenos de vida. Los pantalones fucsia y los vestidos mini con lunares rojos y negros que usábamos las chicas, combinaban e iluminaban, las chombas naranjas y amarillas de los varones más osados. Los primeros calores se sentían en los cuerpos de los nuevos adolescentes. Las terrazas y los patios cobraban vida con las lonas rayadas azules y blancas. Con las mangueras verdes que se desenroscaban después de un largo y frío invierno. No solo para frenar nuestra sed con agua pura, sin cloro, sino para refrescar nuestros cuerpos embadurnados y pegoteados por la Cola Cola y alguna que otra mezcla de Acualane con unas gotitas de Cromidine, que a mas de un desprevenido, lo mandó al Hospital Salaberry, para curarse las quemaduras de segundo grado que le provocó la mezcla resbaladiza. Y sin embargo, ese era el olorcito al verano, el mismo que se sentía a la tardecita en la placita Sarmiento o en algún pasaje del barrio, donde se juntaba la barra para ver quien estaba más calcinado, más tostado, y seguían dándole una ojeada al sol mientras contaban los días que faltaban para que abriera la pileta del Club Liniers. Nuestro Club. A partir de ese año ya éramos cadetes, te acordás Olga? Podíamos permanecer al mediodía y hasta muy tarde para alcanzar a ver la magia de las luces encendidas adentro del agua jugando un quemado y buscando una chapita sumergida hasta el fondo, y de paso, tocar el escudo con las manos. También planeábamos los asaltos de carnaval, los matices de las luces que iban a abrasar los patios y las terrazas atestadas de guirnaldas hechas con papel crepe y flores de cartulina. La música, con lentos y todo para bailar abrazados en el rinconcito mas oscuro los temas interminables de los Bee Gees. Como era de esperar, las chicas acarrearíamos con la comida y los chicos con las bebidas. No tomábamos alcohol, no nos hacia falta para ser felices y sentirnos libres. Ya no íbamos a disponer de nuestros disfraces como cuando éramos pequeños. Queríamos lucir el vestuario de actualidad, y las futuras mujercitas retocarnos los labios y los ojos muy suavecito para lucir colosales. Otras noches, iríamos al corso, pero esta vez solos. Los padres se beneficiaban al quedarse en las confiterías, esperándonos. En Las Delicias, La Romana o en La Central, comiendo una pizza con cerveza fresca. Mientras nosotros ya juiciosos recorríamos una Avenida Rivadavia más linda que nunca, colmada de triangulitos multicolores que se mecían suavemente colgados de vereda a vereda, no teníamos desconfianza. Corríamos con los bomberos locos, consolándonos porque no nos compraban los saches de agua perfumada, a los que seguro le colocaban alguna droga rara, pero disfrutábamos de la espuma en aerosol que nos hacía arder los ojos y correr el rimmel. Íbamos al encuentro de las murgas “los mocosos, los pecosos y los caprichosos” con sus bailes y canciones alegres y de protesta, que año tras año, comprendíamos más. Y así, el verano, las sillas en las veredas, la mancha, las bicicletas, los jazmines, las escondidas, las abuelas, los fosforitos, las madres, el poli ladrón, la bruja de los colores, los padres que llegaban de trabajar, el elástico, los abuelos, las risas, los llantos, las peleas, las reconciliaciones. Los gritos. Adentro! Dale un ratito más! A cenar! A comer! Vamos no te lo digo mas! Va a salir tu padre. Así pasábamos nuestros días. Creciendo, atravesando por esa porción de la vida, en lo que creíamos en libertad. Era libertad? No teníamos temores. Sin embargo el toque de queda era insolente. Era turbio. Algunos de nuestros amigos tenían que mudarse lejos y se despedían llorando, sin comprender los motivos de sus huidas y algunos otros se fueron sin despedirse y nunca más supimos de ellos y de sus padres. Comenzaríamos con la época de los bailes, de “Macumba” que habíamos heredado de“Chuzas” y Alejandro Demichele, si, el mismo, ese del dúo Pastoral, que cansado de nuestros caprichos nos dejaba ingresar y danzar un ratito mientras con su guitarra nos enseñaba como era la “Libertad Pastoral.” Se abría paso “Dava Pradesh” y los Beatles sonaban en los instrumentos de los chicos. De nuestros amigos! El tiempo, el destino, y la misma vida, fueron alejándonos a algunos, y no los volvimos a ver. Sin embargo, nunca nos olvidamos, unos de los otros. Nunca. Porque nuestros nombres están grabados en el agua dulce de cloro de la pileta, en el solario, que fue el testigo de los primeros, eternos y tiernos besos de amor, que aun recordamos con dulzura. Nuestros nombres están grabados en los bancos de la plaza Sarmiento, en los asientos color naranja de Las Delicias. Testigos y cómplices de las rateadas al colegio. Nuestros corazones vagan por el Mirasol, por la Pecera de la galería. Los espíritus de los que ya no están con nosotros, nos iluminan desde alguna estrella, en todas y cada una de nuestras esquinas, que hoy recorren nuestros hijos y nuestros nietos. El alma de los que se fueron lejos, añoran con triste melancolía el perfume del barrio y las largas charlas colmadas de risas con sus amigos. Y ahora si, ya maduros, como nunca nos hubiéramos imaginado podríamos llegar a vernos, deseamos con el espíritu embelezado, volver a dar una vuelta por la plaza, por nuestros pasajes, por Rivadavia. Tomar un helado en el Ciervo, no encontrarnos con nada. Solo nada y nadie, pero todos sabemos muy adentro que esas calles nos pertenecen. El club, nos pertenece. El barrio nos pertenece, porque todo tiempo pasado nos pertenece. Nuestros compañeros desaparecidos nos pertenecen. Porque en el, crecimos, y fuimos inmensamente felices.

Dedicado a Oscarcito. Juan. Adolfo. Edgardo. Ricardo. Carlitos. Alejandro. Alfredo. Mirta. Amalia. Sandra.

Especialmente a Claudio.

Y a todos los que desapareciendo se fundieron en las estrellasbrillantes de una noche de verano en el cielo de Liniers.


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