domingo, febrero 06, 2011

UNA FABRICA DE ILUSIONES PARA EL TANGO

(*) GABRIEL PLAZA



En 1840 vio la luz en Alemania una suerte de órgano portátil pensado para las misas que terminó recalando en el puerto de Buenos Aires dándole patente de identidad propia al tango. Pero fueron los de Alfred Arnold (de allí los famosos Doble A, en su fábrica fundada en 1911 en la ciudad alemana de Carsfeld, los que se terminaron transformando en los fueyes favoritos de los tangueros. La empresa llegó a exportar solamente al Río de la Plata unos 20 mil bandoneones hasta su cierre definitivo en los años cuarenta. Ahora Horacio Ferrer y Juan Fabri, dueño de La Esquina del Tango, anunciaron sin fecha de comienzo la instalación de una fábrica argentina de bandoneones bajo la tutela del luthier alemán Klaus Gutjahr, que trabaja en Berlín. "Es un proyecto de mucha magnitud que llevará su tiempo, pero que permitirá fabricar bandoneones acá con la calidad que requiere un profesional. Gutjahr es un luthier reconocido por su trabajo en la fabricación de bandoneones. Hace poco, Juan José Mossalini le encargó cinco bandoneones para la Orquesta Escuela que tiene en París. La calidad de Karl está en la primera línea."

Para algunos es esperanzador; para otros, los instrumentos no funcionarán, pero es demasiado pronto para diagnósticos. Ferrer promete: "Queremos tener un centro del bandoneón que aúne la fábrica, la reparación, el museo y un espacio de enseñanza. Y queremos hacer convenios para que los jóvenes adquieran los fueyes . Salvar el bandoneón, significa salvar el tango. Es lindo ilusionarse en el siglo XXI con una fábrica de bandoneones en la Argentina

La falta de fueyes en el mercado, el alza de los precios y, sobre todo, la fuga de instrumentos al exterior plantean un escenario crítico en medio del resurgir del género

En el Día del Bandoneón, Raúl Garello donó un instrumento que era de Troilo a la Academia Nacional del Tango. Fue un gesto de buena voluntad en un escenario crítico para el instrumento que le dio al tango un sello de identidad en todo el mundo. Sin una ley efectiva que lo proteja, la fuga indiscriminada de fueyes al exterior, el alza de los precios que lo hacen inaccesible para cualquier músico novato y el disminuido sector de luthiers que hacen de todo, hasta lo imposible, para que los bandoneones recuperen su esplendor original, el panorama es preocupante.


Carlos Buono - Mi loco bandoneon

"Hubo años en los que llegaron a emigrar como cien bandoneones al exterior por la desidia de muchos músicos que buscaban hacer una diferencia, pero no sabían lo que estaban generando. Ahora se nota la escasez. Hay que tener en cuenta que en el país dejaron de ingresar fueyes a fines del treinta y los conocidos Doble A, que son los que se usan para el tango, no se fabricaron más. Se hace difícil para el músico nuevo encontrar un buen fueye , y esto termina frenando el crecimiento del tango en general", dice Oscar Fischer, luthier y responsable de La Casa del Bandoneón.

Para los profesionales del fueye cada vez es más difícil encontrar un instrumento a un precio que no sea cotizado en euros y que además suene bien, ya que la mayoría pasó los ochenta años de existencia. Según la cara del comprador y el oído del músico, un instrumento puede oscilar entre tres mil y siete mil pesos, cosa que lo transformó en un bien de lujo y escaso. Carlos Corrales, uno de los brillantes intérpretes de su generación, que toca en la Orquesta de Tango de Buenos Aires y en el trío de Osvaldo Berlingieri, dice: "Ya prácticamente no hay instrumentos buenos para comprar. En un momento yo llegué a tener ocho bandoneones, pero me quedé con dos que son los que toco habitualmente. Prefiero que me afanen el auto y no un bandoneón porque son contados los buenos fueyes . Debe haber diez o quince que valgan la pena".

En este contexto, el anuncio de Horacio Ferrer, presidente de la Academia Nacional del Tango de instalar una fábrica de bandoneones en el país (ver recuadro) y el proyecto de protección del fueye impulsado por varias asociaciones tangueras como la Unión de Orquestas Típicas (UOT) apuntan a contrarrestar este escenario crítico. Sin embargo, para el destacado bandoneonista Pablo Mainetti esta situación puede ser aprovechada beneficiosamente. "Creo que esta escasez de instrumentos se nota porque hay más demanda y más gente que quiere estudiar el bandoneón acá y afuera lo que en un punto no me parece negativo sino todo lo contrario. Así como aparece la necesidad de bandoneones va a aparecer la necesidad de fabricarlos y de que haya más gente que los sepa reparar, que ése sí es un grave problema actual", apunta el músico.

Julio Pane, compositor, arreglador y reconocido docente tiene una visión menos trágica del asunto. "No es fácil conseguir un buen bandoneón, pero tampoco significa que sea imposible. Hay muchos que han quedado en el interior del país o en la zona bonaerense. Una vez hice un cálculo y creo que deben haber llegado entre 50 y 60 mil bandoneones al país hasta que vino la guerra. Se pueden haber vendido muchos afuera, pero tampoco creo que haya tantos bandoneonistas para tocarlos. Habría que hacer un censo", sostiene.

Corrales aporta otro punto de vista: "Hay casas de música que tienen hasta 200 bandoneones, pero no encontrás ninguno bueno. Lo más común para alguien que está en el ambiente es conseguir a través de un familiar de un músico que murió. A veces hay excelentes instrumentos sin uso guardados en un viejo placard del abuelo. Es una lástima porque es como tener una Ferrari guardada en un garaje".

La problemática va más allá. Horacio Ferrer reconoce que el fueye se transformó en un instrumento de culto, pero también en un objeto deseado por los extranjeros. "Es verdad que muchos instrumentos se fueron a Japón, pero tampoco hay tantos músicos tocando. Lo que sí hay es un interés por el instrumento como objeto de colección. Viajando conocí gente que tiene diez o doce bandoneones, pero que no toca. Acabo de ver en Noruega un médico que tiene una colección de 35 instrumentos. Y una vez Piazzolla me contó que había estado en la casa de un hombre que tenía como 200 bandoneones. Es como un berretín."

Ante la merma, en el mercado hubo personas que se transformaron en una suerte de cazadores. "Hace diez años ya venían los japoneses y prácticamente asaltaban las casas de música para llevarse todos los bandoneones que había y si no les alcanzaba se alquilaban una combi y viajaban al interior para comprar más", cuenta Oscar Fischer que en ese momento trabajaba en una conocida casa musical del centro porteño. Esa fuga de instrumentos y el crecimiento de los robos movilizó al luthier, que comenzó a realizar un registro de los bandoneones que caen en sus manos a manera de censo y protección contra el mercado negro.

"El robo de instrumentos creció mucho, pero como el ambiente es chico, a partir del registro de los fueyes el otro día logramos recuperar el que le habían robado a un bandoneonista de la Fernández Fierro. Este censo queremos hacerlo, pero a escala general, llevando un seguimiento de quién es el poseedor del instrumento, porque además de protección contra el robo también sirve para regular cuáles son los fueyes que salen del país y qué cantidad circula actualmente", dice Fischer que impulsa junto a la UOT la creación de una ley que regule la cantidad de bandoneones que salen del país por año. En definitiva, para que no se transforme en una especie en peligro de extinción.

De la Redacción de LA NACION, julio 2006


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