martes, junio 21, 2011

CUATRO HOJAS ROMPI....

Por ANA PAULA GONZALEZ SUAREZ

Cuatro hojas rompí, antes de ésta por mil frases  que armé y olvidé antes de ahora. No puedo precisar que fue pero sospecho que la urgencia del pensamiento disparado, se le escapa a mi mano.
Quería expresar algo bizarro, en esta frase rara que se resume en sentimientos contradictorios. Cómo no puedo mostrar el interior y sus circunstancias, te lo diré como una analogía esperando que me entiendas. Quizás creas que he perdido la cordura cuando te diga lo que veo, pero dale una oportunidad a mi sorpresa.
Los sentimientos son entes, y lo que sucede aquí es que estoy en una reunión de oponentes partidarios. Discuten tanto acá que lo que se escucha parece una melodía arrítmica y es fatigante.
Como no pueden de otra manera, los condenados, hablan usando la razón (aunque no me lo creas), pero la razón en esta…junta…sólo es un objeto. Yo lo veo, la razón es un ordinario objeto que está en la mesa ahora, es un micrófono.
Estos entes sentimentales no son misericordiosos, te los nombro tal como están sentados: ni el amor, ni la gratitud son mejores que el desprecio o la ira; ni siquiera incluso, diferentes de la angustia o el miedo. Yo se que es una descripción un tanto difícil de imaginar, pero aconteció así:
Quería comenzar esto de un modo más poético, pero maté la poesía en la segunda hoja cuando sucedió lo siguiente: saltó de su silla el dolor, rompió un silencio arrebatando el micrófono de la mesa  y me dijo que recuerde aquella vez, (me señalaba con su bastón pero miraba al resto de los presentes) en la que tuve una charla con un mediocre escritor. Que recuerde (me exigió) aquella frase de su boca, esa en la que su único anhelo era escribir la frase perfecta y arroja con desprecio al objeto razón. Enmudecí  hasta lo más profundo de mis ideas buscando la mirada de algún presente.
Al instante, sugiere el amor, volcar infinidad de lágrimas que le solicita al dolor como remedio a mi error, sobre el lienzo de este papel propone; pero el dolor prefiere su sociedad con la ira. Intenta rogándole, pidiéndole lo imposible; pronto abandona, él sabe que sólo soy un ser finito, y mira un momento el micrófono que ha usado, se sienta y se disculpa por ser un amor egoísta mirándome desilusionado. No se que decir, el parlamento del sentir ha dejado hoy de ser el santuario del espíritu para volverse el tribunal de lo correcto, son sus últimas palabras.
Al convocar a la ira en esta oratoria, ella sólo señala en una pizarra la palabra Impotencia,  y con su dedo inquisidor advierte a los presentes que nada hará al respecto del tema, se cruza de brazos ofuscada y ni siquiera había tomado el micrófono, su voz era demasiado alta. Creo que de todos, fue lo más genuino que pudo hacer por mí.
Ya nadie toma la palabra, miran el micrófono sobre la mesa y murmuran entre ellos. De golpe todo ese murmullo enfático deja paso a un instante de silencio estirado que no soporto. En el recinto de los sentimientos sigo mirando, buscando una mirada y ninguno me mira; en vano insisto, cuanto más lo intento logro que al final todos me den vuelta la cara.
Y cuando creo que ya no hay más que hacer y voy agachando la cabeza, lo brutal no se hace esperar porque al siguiente segundo, como si hubiera estado cronometrado, todos juntos voltean a verme. Todas sus miradas juntas atraviesan mi alma como sables, ahora son ellos quienes me reclaman súbitamente a mí. Sigo sin entender pero escucho la pregunta que hacen sus ojos gritones: ¿Ha qué nos has reunido…?
Y yo no se que decir, más bien si supe que palabras decirme al traerlos, pero me es inalcanzable su sentido y radica allí todo el motivo, no obstante me confundo, sinceramente no sabía que los traje, pensaba más bien que ya estaban desde siempre. Entonces, no lo sé explicar (les digo sacando la lágrima del bolsillo) aunque tenga el micrófono en mis manos, así que lo observo con resignación, objeto inútil. No puedo romper el silencio.
Parada ahí, me pregunto porqué condenaron a la razón a la forma de este estúpido micrófono que ni si quiera hace justicia a su género, y lo único que consigo sin haber dicho nada es que todos los sentimientos se burlen intencionalmente de mí.  Claro, no fueron ellos, pero ahora me permito preguntar:
¿A caso ustedes no habitan en mi interior? A caso más bien, siendo universales y del todo ¿Sólo me visitan cuando los invoco? Presiento que están molestos conmigo, creo que no les agrada compartir espacio, ni doblegarse a la palabra.
La angustia me arrebata el micrófono y sólo dice: Antes del fin, esa es tu respuesta! El desprecio se lo quita y me mira (quería huir cuando ví que estaba a punto de hablarme). Se pone una mano en la cintura y con un tono aplomado empieza a platicar así:
-Por la configuración actual, estamos aquí reunidos los principales sentimientos junto a sus afiliados más cercanos; sabemos claro que debe ser una convocatoria especial dado que el bien y el mal vigilan cuidadosamente la puerta de este recinto oculto y no han discutido en absoluto desde que llegamos. Apersonados ante tu pregunta  nos encontramos incomodados al tener que utilizar este, este… (Mirando el micrófono)…objeto para poder intercambiar nuestras percepciones, lo cual comprenderás, no sólo nos limita a darnos una voz que no queremos escuchar, sino que además nos expone por separado e invita a confrontar o negociar cuestiones que en el estado natural de las cosas no sucedería. Pero ya que ninguno de nosotros puede evitar responder a la pregunta que nos convoca, de hecho debo dejar en claro esto de una vez. Todos los presentes fingimos estar aquí por tu pregunta, lo cierto es que estamos contrariados, discutiendo y presentes sólo por la respuesta.
Interrumpe un movimiento de iniciativa urgente de la gratitud, a este discurso un simple gesto de: no continúes hablando, por favor. El desprecio la mira, hace una pausa para ignorar el intento y prosigue:
-Por lo que decía, tu respuesta no tiene pregunta, es por lo único que hemos venido. Pero acaso supones que vamos a ¿Decírtela? Ese intento razonable de dividir nuestras voces, obligándonos a usar la… razón, creando distorsión, haciendo eco de la voz que no me es propia, es la contradicción menos aceptable que pueda haber. Al menos hubiera sido digno ponernos en un campo de batalla y que tu razón fuera una adversaria, o llevarnos a un parque de diversiones para divertirnos a sus costas…
-Pero esto… de convertirla en una vía de traducción ahora se volverá tu pesadilla. Estás aquí consultando, en  desvalimiento, eres una cáscara, no nos tienes: ni sentimientos, ni razón, ni moral; ajenos a ti nos desparramaste en este orden y hasta aquí todo está bien por mí; pero lo único que te queda, por si no lo notaste, lo único que te rellena y te rebalsa y te traspasa y te excede y te envuelve y te ahoga y te dejó sin más es: la incertidumbre.
El resto amaga en un intento de pararse, arrinconados, yo no notaba que iban despacio acercándose en sus sillas. El desprecio no los mira, ni me mira, ya lo sabe; y como si eso fuera más que suficiente termina su discurso así: tu insolente desesperación no me conmueve, repetiré para ti lo que tú ya supones que sabes para que entiendas de que hablo ya que me has dado la pena de la razón.
La angustia te dijo: antes del fin, esa es la respuesta y Julio Cortázar te la dijo hace un tiempo. Entonces yo te re-pregunto ¿Ha que nos has reunido? O mejor aún, te doy lo que no sabías que esperabas, la pregunta razonablemente correcta: ¿de qué, o quién?
Y toda la escena, ahora se ha transformado. Sin que quiera hacer nada, se van parando y salen del recinto ordenados y calmadamente. La soledad inunda el sitio y sólo por curiosidad asomo por las puertas para ver si continúan vigiladas; no hay nada. En la mesa yace despreciado el micrófono de la razón, me apena verlo así.
Comienzo a hablar por la razón, así fue que tomé valor para contarte esta menuda rareza. Y que sepas por todo lo que he pasado, antes de decirte Adios.

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