miércoles, junio 15, 2011

EL TESTIGO LUMINOSO

  Por José Antonio Di Vincenzo


Cierta quietud opresiva, se apoderó del ambiente, coqueteando con la oscuridad y el vacío sonoro. Lejos o cerca, la ausencia de puntos de referencia hacía imposible una distinción cuantitativa para establecer la distancia, el punto rojo brillaba, titilaba inalterable. En la soledad del cuarto negro y vacío, éramos el testigo luminoso de la perilla de luz y yo, en perfecta sintonía, unidos por una especie de relación sujeto-objeto, una atracción hipnótica, los únicos habitantes de las tinieblas. El encierro, la oscuridad que todo fagocita y una espesa humedad congelada, pintaban el lugar de un modo funesto, opresivo. La nada y yo, flotando de una manera peculiar, sin sentido, desorientados. La noche trae la penumbra y ésta, se transforma en la morada de las ánimas que penan. Proyecciones de la mente atormentada asechan en ese espacio vacío. Flotan expectantes. La sangre se congela, se espesa. El cerebro se inflama. El cuerpo agitado, espera en vano el golpe certero y nada ocurre. Entonces, la razón aflora, y el intelecto se articula. La conclusión es que nada de eso es real, que los fantasmas no existen, y que la oscuridad es tan sólo ausencia de luz. Y así, me convenzo de que, a pesar de haber apagado la lámpara, los objetos siguen allí inmóviles. Nada ha cambiado. Un simple mueble no necesita ser iluminado para existir. Y el espacio que envuelve al testigo luminoso que indica el camino hacia la luz, aquel foquito brillante incrustado en la perilla de encendido en la pared, no se ha modificado. Intento imaginar el amoblamiento, insertando nuevamente cada artículo del mobiliario en su lugar. Por allí el armario, por allá la cómoda, el perchero, el baúl. Cada línea trazada en mi pensamiento se pierde en lo profundo. Es  imposible diseñar un mapa fiel a la realidad.

El tiempo se dilata excesivamente y la maquinaria cerebral sube de revoluciones.

-        ¿Y si hay alguien allí?- Me pregunto.
-         
¡Puedo sentirlo! ¡Está mirándome! Es aquel que hace desaparecer mis medias o cambia las cosas de lugar. Es el fantasma del antiguo propietario del departamento, que inquieto, vaga por las habitaciones en busca de compañía. O, ¿será mi madre muerta que viene a consolarme? Hipótesis tras hipótesis. Conclusiones que se apilan desordenadas y que, paso a paso, dan pie a nuevas elucubraciones. Modelos mentales, influencias culturales, signos desordenados y todo, para tratar de enfocar y entender el extraño fenómeno de la soledad y la pérdida de puntos de referencia. Demasiado exterior desordenado que penetra desarticulando la mente.

-        ¿Y si yo mismo he desaparecido? Porque ni siquiera puedo verme la mano luego de acercarla a mi cara. Pero sin embargo, puedo sentirla. Y puedo sentir la sangre que fluye en mis venas y el chillido eléctrico de los nervios crispados.

Mis ojos ahuecados escudriñan el escenario. El pánico se hace carne en todas las uniones nerviosas invadiendo hasta la última y más insignificante porción de carne. Y pierdo la calma otra vez...

El peor de los miedos es el miedo a lo desconocido. Los sentidos expectantes, sobreexcitados, buscan en vano un brillo en la sombra mortuoria. Y de la nada, el destello luminoso del testigo de la luz, aparece inmerso en la densidad del espacio, parpadeando constantemente, hasta que de repente, se esfuma, se derrite. Desaparece. Se apaga. Por un segundo, se extingue. Y ese segundo se expande infinito ante la mente turbada. Y el tiempo se diluye en ese segundo, cuando instantáneamente, el testigo luminoso vuelve a encender su brillo. Una onda se expande modificando la quietud de la atmósfera. Cual ola fantástica, se rompe ante la rigidez de mi cuerpo expectante. Y concluyo que ya no hay tranquilidad ni paz en el espacio que se expande entre la perilla de luz y yo.

-        ¿Por qué te ocultas y desapareces pequeño foquito de luz? ¿Cómo es que puedes desmaterializarte y renacer luego cual ave fénix?
-         
Y mientras pensaba y trataba de responderme, sucedió nuevamente. Se esfumó. Esta vez, la desaparición se prolongó por un lapso de tiempo considerable. No era mi psiquis aturdida quien estiraba el momento. No, alcancé a contar cincuenta números, hasta que el brillo regresó.

-        ¿Cómo es posible que te ocultes? ¿Por qué tu segunda desaparición se prolongó durante un mayor lapso de tiempo?

La mente trepa una escalera de elucubraciones sin sentido y el tiempo se esfuma como la arena en la criba. El razonamiento lógico, la edificación mental del concepto, el entramado diagrama del rompecabezas que compone la idea, desplazaron al temor. Por un momento, la inteligencia me hizo valiente y la síntesis arribó demoledoramente. No era el testigo luminoso de la perilla de luz quien se ocultaba. Debía haber algo, un objeto, un cuerpo, que eclipsaba su luz, pude concluir.

El temor volvió y se hizo pánico. Se apoderó de la última gota de tranquilidad que habitaba mi ser. Un temblor desincronizado, pero frenético, sacudió mis extremidades y fluyó recorriendo el cuerpo hasta permanecer instalado en toda la cabeza. El rechinar de mis dientes llenó el vacío sonoro. Un nudo en la garganta impedía la salida del flujo de aire portador del grito desesperado. Sin pensar, traté de incorporarme. No pude. No tuve el suficiente coraje. Toda mi cabeza vibraba. Era un corto, pero alocado desplazamiento hacia los lados con un punto fijo, el cuello. Trate se sostenerme. Todo sucedía demasiado pronto. Casi no había tiempo. Quise observar. Aunque la negrura lo cubriera todo, pude ver. Busqué el foquito de luz naranja que brillaba ante mí. Y vi como desapareció. Paralizado, espero una nueva aparición del testigo luminoso. Pero no regresa. Entonces, una onda expansiva, la repercusión de un desplazamiento, golpea mi pecho. De la nada, ante mis ojos pétreos, un brillo plateado se hace objeto. Un destello filoso corta la oscuridad emitiendo en su recorrido un silbido helado, tétrico. Entonces, espero resignado que el golpe del hacha se incruste en el medio de mi frente.

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