sábado, julio 30, 2011

Ser generoso, derribar los prejuicios y seguir adelante...

Por DARIO IVAN  ROSSATTI  para MACONDO

Tengo varios recuerdos de generosidad en mi corta vida (o no). El más fuerte es quizás cuando iba a “Jardín de Infantes”. Había conocido ahí a mi primer amigo, que me acompaño, también, los primeros años de la primaria, Gabriel, luego nos separamos por cuestiones que no recuerdo con seguridad. Mi mama, que siempre me daba una factura con crema pastelera para que llevara. Ese día antes de guardarla, la partió en dos con un cuchillo y me dijo: “Es para que le des la mitad a tu amigo Gabriel”. Un recuerdo que pesa mucho mas cuando muchas veces, se cruza ese otro pensamiento que te dice: “Cómelo todo vos” (si es que de comida hablamos) o esa voz que sale de adentro diciendo de alguna manera y forma: “No compartas”. De todas las cosas que me enseño mi mama, esta es la que más le agradezco y recuerdo como si hubiese sido hace media hora.
Recuerdo más. Renzo, un amigo de la adolescencia, fue conmigo muy generoso, a pesar de su madre quería de que el tuviera amigos “rubios y de ojos celestes” y por aquel entonces venia a verme a pesar de que su madre no quería, me brindo una muy bella amistad de la cual guardo maravillosas anécdotas, todas, muy graciosas.
Los ejemplos de generosidad se extienden muchísimo, no puedo olvidar a Maru, mi eterna amiga de la infancia y además prima, con la que compartíamos todo, hoy, en parte también lo hacemos y las pizzas, aunque no tan seguido como quisiéramos, es un muy buen punto de ese compartir. La anécdota se remonta a cuando éramos chicos, no habremos tenido diez años, que entre los dos nos cominos tres pizzas. Reventamos. En honor a eso, no cabe duda de que las pizzas son lo nuestro, lo hacemos cada vez que podemos, sin escatimar nada, pues es casi un rito.
Ser generoso cuesta. Cuando crecí, muchas otras anécdotas se contaron en mi casa, como la de un tío abuelo, Anselmo, que siempre se jactaba de haber invitado a una bella señorita a un baile, pero cuando la fue a buscar, la vio tan bien arreglada que pensó: “Yo no voy a poder darle este estilo de vida” y paso al frente de su casa, dejándola ahí, sola. A los años conoció a su mujer, Elia y con ella se caso. Este y otros tantos recuerdos, nunca dejaron una linda imagen de el ni de su mujer, la avaricia y la poca generosidad empañaron su imagen y recuerdo.
Es curioso, después de estos valores primarios de generosidad, mas que la de mis padres, hasta el día de hoy, no encontré muchos mas, ni en mi memoria, ni en mi historia, ni en mi gente. Quizás el tiempo me los haga ver, como hoy, de la nada, viendo una factura de crema recordé el origen de todo esto, supe que algo ahí había que tenia que hacer y supe, que en el fondo, el mensaje había llegado, aunque a veces haya sido contradictorio. El resto es Ego, del malo.
Pienso hoy, que sumar a mis valores ya decididos y pilares bastante comprobados, como los de trabajar lo mas que pueda (incluyendo en esto no solo al trabajo remunerado, sino al interior) leer todo lo que pueda y quiera (la lectura ayuda a crecer y es un excelente método para miles de cosas mas) y, finalmente, comer poco (la comida no tiene muy buena relación conmigo y los míos) el darle un ítem mas: un prejuicio menos, una generosidad mas. No cuesta nada. Quizás ahí, justo ahí esta la clave de la abundancia que tanto buscaba, una vez mas, me atrevo a ver que pasa. Arriesgarse esta bueno, aun es un prejuicio que no he podido romper del todo, quizás porque esa es otra historia.

FUENTE :http://elrelojdetenido.blogspot.com/

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