Por GARLAKAT
Entre sábanas de espinas adereza un turbulento sueño, el despertar se ahuyenta procreando un calvario eterno para deambular en el juzgado donde el tribunal de la conciencia dicta la sentencia. No es consciente en ser una de las pocas en la esfera del planeta que posee una inclinación no habitual con un comportamiento extravagante. ¡A pesar de aquel funesto acontecimiento!, ella conserva infinidad de amistades, voluntades a su alrededor, compañías complacientes, simpatías cosechadas a través del tiempo en tertulias y celebraciones de cualquier protocolar evento, pero sólo con una inseparable amiga comparte su misterio, pues habitan en lo reservado participando y disfrutando de lo oculto.
Entre sábanas de espinas adereza un turbulento sueño, el despertar se ahuyenta procreando un calvario eterno para deambular en el juzgado donde el tribunal de la conciencia dicta la sentencia. No es consciente en ser una de las pocas en la esfera del planeta que posee una inclinación no habitual con un comportamiento extravagante. ¡A pesar de aquel funesto acontecimiento!, ella conserva infinidad de amistades, voluntades a su alrededor, compañías complacientes, simpatías cosechadas a través del tiempo en tertulias y celebraciones de cualquier protocolar evento, pero sólo con una inseparable amiga comparte su misterio, pues habitan en lo reservado participando y disfrutando de lo oculto.
Todas las mañanas su esposo se despide tiernamente con un beso sobre su suave y blanca mejilla, él anhela en lo más hondo de su corazón que regrese el ayer, trayendo de vuelta el baúl contenedor de sus alegrías. Se inventa la dormida ante el masculino ósculo y prosigue en el laberinto de su abismo. Ella abandonó sus lucidas actividades en las pasarelas hace aproximadamente dos años y, se enclaustró en una persistente depresión debido a un lamentable accidente que alteró el orden natural de su existencia. ¡No hay un día!, al despertarse, que no deambule ese suceso por las arterias de su trastornada mente… Luego de un refrescante baño, salió muy contenta de la tina hablándole a su vientre y, en el juego de la vida, dio el paso fatal… ¡resbaló y cayó cuan larga es!… En el piso rebotó la savia que subsistía dentro de su cuerpo, resultando en la lamentable pérdida del prematuro feto.
Asistió horas y horas a terapia; son incontables las sesiones a las que acudió junto con su pareja y, en los últimos tiempos, su mejor amiga era la que la acompañaba para brindarle su incondicional apoyo. En unos meses todos a su alrededor se sorprendieron por su resuelta mejoría. Gimnasio, regímenes alimentarios, estudios, son algunos de los sustantivos que le acompañaron en esa época. Los resultados positivos hicieron muy felices a su cónyuge y a la indivisible familia; él la llevaba a disfrutar de alguna obra de teatro festejando cada ocasión y ella compartía con el resto de sus allegados las reuniones cotidianas. Paulatinamente, y sin nadie percatarse, dejó de frecuentar a la gente, pero esa actitud no preocupaba, pues continuaba llevando a cabo brillantemente las funciones de ama de casa.
Una de las peticiones que le hizo a sus parientes, respaldada abiertamente por su psicólogo, era conservar intacto el decorado del cuarto del frustrado bebé; al ruego le secundaban otras condiciones, entre ellas: ¡Absolutamente nadie!, ni siquiera su consorte, por ningún motivo volvería a entrar en ese recinto y, como era una solicitud acorde con la situación, se notó normal aceptarla por el momento y solemnemente el grupo familiar juró cumplir la promesa. Ella intuía que él sospechaba de su alejamiento, y se hacía el indiferente o lograba entenderla sin decirlo.
Sólo era cuestión de horas en el transcurrir del día para que ella tomara el teléfono y llamará a su amiga que, en solidaridad, se había mudado frente a su apartamento. Ésta respondía enseguida a la cita, nunca tenía una excusa, siempre estaba dispuesta.
Sólo era cuestión de horas en el transcurrir del día para que ella tomara el teléfono y llamará a su amiga que, en solidaridad, se había mudado frente a su apartamento. Ésta respondía enseguida a la cita, nunca tenía una excusa, siempre estaba dispuesta.
Rosa le ofrece una taza de té negro a la inseparable, y entre esa infusión milenaria transitan las medias horas charlando hasta que la invitada, con una mirada sagaz, le indica que es buen momento para hacer otras cosas. En ese instante del acuerdo repica el teléfono y Rosa atiende creyendo que es su esposo; y del otro lado la sorprende una aguda voz, pero avivadamente consume la calma: “¡Rosa, no cuelgues!, ha sido una locura lo que he hecho y estoy arrepentido…”. La que escucha, calmosa se sienta y elabora señas a la acompañante para que no desespere:
— ¡Por favor!, recapacita Rosa. Todos estos meses han servido para que yo lo haga. Todavía hay tiempo para cumplir las leyes, no sólo las de nosotros, ¡sino también las de Dios…!
— ¡Por favor!, recapacita Rosa. Todos estos meses han servido para que yo lo haga. Todavía hay tiempo para cumplir las leyes, no sólo las de nosotros, ¡sino también las de Dios…!
Ella, salpicada con el polvo de la indiferencia le cuelga el aparato a su salvador, se levanta del mueble y su amiga, con una sonrisa suspicaz, profiere: “El de siempre… ¡Tu eterno EX!”. Rosa, con sutileza, toma del brazo a la convidada y le asegura: “Yo siempre le aconsejé que no estudiara medicina. ¡Y menos que se convirtiera en un afamado tocólogo!”. Las dos carcajean mientras caminan en dirección al estudio del consorte, quien casi nunca lo utiliza y se presta para improvisar travesuras.
Llegan al despacho y Rosa se acerca al escritorio; de una de las gavetas saca un cofrecito de color ocre y lo coloca sobre el mueble. Su compañera, tumbada en el sofá deja al descubierto sus largas piernas, la observa pícaramente y en un gesto expresivo le muestra sus inmaculados dientes. Rosa abre el arca y extrae un pequeño objeto, mira con disimulo a la amiga y curva los bermejos labios.
Rosa comienza a pormenorizar ese pequeño cuerpecito como sí no se cansara de verlo siempre, pero se ha convertido en un ritual en que ambas participan. Continúa detallando esa figura inerte y pasea los ojos por cada una de sus partes: su boquilla, sus curvas, su alargada morfología, su receptáculo... Entonces su amiga origina un chasquido con los dedos para volverla en sí y, con su delicada mano, le enseña la picadura; Rosa la toma y la deposita en la cazoleta, con elegancia introduce la boquilla en su boca y con delicia aspira; su amiga, en la mudez de la mímica, con sus finas manos le indica que no está encendida aún y Rosa le solicita: “¡Haz el honor de prenderla!”.
Rosa comienza a pormenorizar ese pequeño cuerpecito como sí no se cansara de verlo siempre, pero se ha convertido en un ritual en que ambas participan. Continúa detallando esa figura inerte y pasea los ojos por cada una de sus partes: su boquilla, sus curvas, su alargada morfología, su receptáculo... Entonces su amiga origina un chasquido con los dedos para volverla en sí y, con su delicada mano, le enseña la picadura; Rosa la toma y la deposita en la cazoleta, con elegancia introduce la boquilla en su boca y con delicia aspira; su amiga, en la mudez de la mímica, con sus finas manos le indica que no está encendida aún y Rosa le solicita: “¡Haz el honor de prenderla!”.
Transcurren más medias horas, y el humo con la complicidad del aroma se apodera de la estancia. Limpian la cazoleta de restos cenizosos y ahora le colocan tabaco fresco. Rosa le recuerda a su amiga que es hora de visitar al angelito y, de inmediato, emocionadas se disparan rumbo a la escudada habitación; entran en esa geografía donde el olor es profundo y el decorado azul cielo es perfecto y limpio. Empiezan a susurrar, ¡el siseo predomina!, toman un trencito del piso y lo llevan hasta la cuna donde sobrevuelan móviles de diferentes formas y colores.
En un cosquilleo de felicidad, Rosa exhibe sus relucientes dientes, le entrega el juguete a la amiga y del fondo de la cuna saca del desamparo un mini cuerpecito de seis meses, diestramente disecado, y con una apariencia tétricamente real. En un ritual de sosiego y afectividad, emprenden a cantarle una canción de cuna y el feto inanimado parece que esbozase una sonrisa. De pronto, Rosa reacciona ante la hora, piensa que su marido está por llegar y si la descubriera fumando con la antigua pipa de su bisabuelo se armaría el gran rollo, ya que esa cachimba es sagrada... sin usar y, si llegara a utilizarse se forjaría un pacto con el mal. Ella remeda lo que asegura su esposo: “¡Los vicios son de hombres débiles!”.
Con supremo cuidado planta el bebé en la cuna, lo envuelve en un sudario de lino y abandonan el dormitorio pasando el doble cerrojo. Ya han disfrutado hoy del tabaco hasta el cansancio, tanto que la humareda casi charla con ellas y les confecciona trajes nuevos; la dueña de la casa escolta a su amiga hasta la puerta y le obsequia un beso de despedida.
Rosa principia a rociar ambientador de fresa por toda la casa y hasta por su ropa lo esparce. Saca un pescado que tenía en el refrigerador y lo coloca en el fregadero. El humo huye o se esconde, ¡no lo descifra Rosa!, lo que sí sabe es que regresará mañana con su olor, nubes y formas que serán nuevas para ella.
Selección de Cuentos: "Paredes Contiguas".
Publicado en Trabalibros. Red de libros, libros en red.
Selección de Cuentos: "Paredes Contiguas".
Publicado en Trabalibros. Red de libros, libros en red.
FUENTE : http://garlakat.blogspot.com
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