Por Niveus Vicarius
Hoy hace frío. Desde mi sillón de piel marrón y desgastado, voy a dar vida a mis sentimientos con el lápiz y un papel. Quizá sea una forma de celebrar este día. Tu edad y tus achaques tuvieron que quedarme solo. ¡Que cruel se porta la vida a veces!
Mis manos larguiruchas, temblorosas, huesudas, sin fortaleza, apenas pueden dibujar las palabras. Te echo mucho de menos. Solo me dejaste tus valiosos recuerdos para disfrutar de ti. Tanto es así que en mi soledad, mis pensamientos lloran a veces conmigo al recordar los tiempos en que no hace mucho paseábamos por el parque, nuestro lugar favorito, tu mano metida en el bolsillo de mi pelliza y yo apoyado en mi bastión reliquia caminábamos despacio. Siempre contábamos los chopos de la orilla del rio, siempre descansábamos en el mismo banco de piedra. ¡Que felicidad, podíamos estar juntos! Era entonces cuando te regalaba una flor que siempre había para ti. Sentados en aquel lugar esperábamos que el sol se escondiera; el horizonte resplandecía; todo lo cubrió de rojo. Se diría que estábamos en un cuadro al óleo. Las estrellas se iban pintando salteadamente para perfeccionar aquel marco de lienzo imaginario.
Recuerdos, recuerdos, el tiempo fue transformando la pasión del deseo por caricias de nuestros cuerpos arrugados. ¡Te quiero! A veces sueño contigo. Me cuesta separar la realidad de la ficción. ¡Quisiera tanto estar a tu lado!, volver a peinar tu cabello canoso, ayudarte a tejer la trenza de tu interesante recogido. Junto a ti en la cama, me pegaba a tu espalda, mis fríos pies entrelazados con los tuyos, tu suave camisón de franela, tu olor profundo de jazmín. Entonces mi brazo tomaba tu cintura y acurrucados hablábamos de nuestro corto futuro pero fuerte en sentimientos.
María mía siempre te decía “¿ves que poco necesitamos para seguir enamorados?”. Un beso, un abrazo o tal vez solo un apretón de nuestras manos.
Es febrero, tu mes favorito. Sentados junto a la mesa camilla, frente a la ventana, tejías a aquella bufanda que hoy llevo puesta, mientras me relatabas mil historias… Sabias encontrar la más apropiada para cada momento. Tu dulce voz a veces me adormecía. Entonces, el péndulo del reloj me despabilaba. Mis debilitadas piernas se habían quedado dormidas. ¡Como reíamos hasta poder levantarme! En ocasiones te engañaba y al cogerme a tu cintura te acariciaba. Yo, le echaba la culpa al vestido azul de seda suave.
María mía, ¡Cuánto te echo de menos! Solo tus recuerdos hacen que mi corazón viejo y enfermo siga latiendo. Es ahora cuando creo que el destino de cada persona está escrito, pues nosotros así no lo quisimos.
Está cayendo la tarde, pronto iré a visitarte. Me pondré la pelliza, cogeré mi bastón reliquia y paseare por el parque. Contaré los chopos del lado del río y cogeré una flor que siempre hay para ti. Me sentaré a tu lado y te leeré esta carta.
Tu esposo.
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