Aquél Lucero y su Amazona, ya se han podido reunir
al fin juntos cabalgarán… por las tierras anchas
donde el Universo ni estrecheces tiene,
ahora en su lomo ligero
rozarán los cierzos suaves, cuando la primavera
empieza ya sus paseos diarios,
como viejos amigos que distantes del tiempo
habían sabido estar sin pedirse remilgos.
Jugaban como nadie… ni se miraban,
tan solo… se escuchaban sus silbidos
una y otro dábanse por los caminos,
soplidos al oído en cada ensenada…
que las fincas les hacían hueco,
caminaban y trotaban como veloces ligeros
no sabían caerse ni levantarse siquiera,
ni tiempo tenían qué todo lo combinaban
eran lo más de lo más… y todo lo compartían,
más qué nadie tenían cuando en conjunto volaban
y las mariposas con los pajarillos se entrelazaban,
entre los hilos gráciles de la brisa y ni los soplos
avistaban sus rápidos contornos.
Los dos juntos trotaban sin pasmarse entre medias
delirios asumían con sus espejismos táctiles,
el sol les velaba y con su compañía jugaban
mondando los terciopelos del trigo y la cebada,
como si se tratasen de hados invisibles
iban y volvían como si tal cosa,
todo lo encontraban y todo lo controlaban
subían y bajaban sin problemas,
blanquita se perdía y la encontraban
a lomos del tueste Lucero
engatusaban su quejidos en los caminos,
mientras tranquilamente pacía
enteramente a sus anchas,
esa pancha vaquita
templada y cantarina.
Santibáñez y San Andrés
las lomas descendían,
a toda prisa y sin medida
los caminos estrechos y sus laderas
visitaban con jolgorio,
mientras trajinaba cada uno a su antojo
llegando a Prádanos de la Ojeda,
visitas en los días de cada semana
rompían las tradiciones y nadie se enojaba.
Aquél Lucero y su Amazona, ya se han podido reunir
al fin juntos cabalgarán… por las tierras anchas
donde el Universo ni estrecheces tiene,
ahora en su lomo ligero
rozarán los cierzos suaves, cuando la primavera
empieza ya sus paseos diarios,
como viejos amigos que distantes del tiempo
habían sabido estar sin pedirse remilgos.
Alegría en el campo se escuchaba,
entre los dos anidaban las sonrisas
corazones salvajes mostraban,
qué sin dar más de la cuenta
sabían bañarse con perfumes de verdes espigas
al rozarse sus pies y zapatillas
con destellos descarados y avispados.
Un Diamante en bruto… los dos eran,
supieron darse al alma hasta el final
siendo cómplices sin pararse ni tan siquiera,
más las ansias siempre las tenían a flor de piel
luces en sus pestañas calibraban esperanzas
conjugando latidos y retintines,
todo lo valoraban… más nunca peleaban
dando todo lo que se tenían,
vestianse con frágiles lienzos
entre las bambalinas del campo
solo se miraban en los charcos,
siendo los reflejos fieles
en las blancas nieves del invierno,
entre tanto cristal transparente
veían su estampa al son de aquella candidez
mezclando sutiles brotes
cuando su ingenio particular renacía en los días…
Palencia, martes 20 marzo 2012.
Poema nº. 11/2012
©Mía Pemán
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