jueves, mayo 24, 2012

CONFESIÓN DEL SUEÑO

@ ANA PAULA GONZALEZ SUAREZ



Cabalga siniestro el silencio despacio; aquí otra vez, sobre esta tierra de noche. Y otra vez, que no es la misma, me encuentra esperando aquí sentada, con la ansiedad dibujando el contorno de estas palabras. No expresan mucho, lo que quiere hacer explotar mi alma.



Recostada en el sillón de mi casa, duermen ideas y algo dijo: calla, no digas nada. Ha sido éste el momento más esperado, soy yo quien no despierta despacio, muy de a poco al escuchar su galope quedo hipnotizada. Jinete manso que dice ser el amanecer, él, se vuelve el truco del alba.



Entre sábanas y cielos me va tiñendo de noche. Que delicados hilos traman, las vestiduras del sigilo que se escucha impertinente, entre mis labios posando sus dedos y entre mis nalgas. Me indica el momento, y no es el ahora, mientras me sujeta por la espalda me susurra al oído: aguarda.



Silencio, dice, escucha los párpados cayendo, ensordecedora manifestación de ojos que van cediendo, acompaña incomprensible un aroma muy frecuente que no es farsa. Comenzará a sonar una música, y ante ti destaparé el telón de nuestras fantasías, no los interrumpas, todos danzan. Encandilada por nuestro baile obsceno quiero huir, pero me dice acariciando mi pelo: de mi nadie escapa. Quizás sea cierto, el reloj indica una incipiente madrugada, cuando el silencio vino pregonando la mañana.



Lo miro y dudo si estoy también soñando, y me digo que miro mi ventana, y ya no cabe duda, me saluda rodeándome con su noche y me invita en un gesto, mi café, no quiero comprender que soy libre aquí estando atrapada.



Que terrible, hacerme testigo de otros sueños, y no hay esperanza, parece que parte de mi castigo es obligarme al voyeur, cuando quisiera ser la amante mala. Mi sala pronto se convierte en paseo de transeúntes deseos sin alma, algunos incluso con carteles de prohibido y todos sin cara. Se cruzan apurados en lo escaso de la noche, a saltar de cama en cama, prestándose los cuerpos para recrear millones de escenarios, las mentes no lo notan, hace rato que descansan.



Uno a uno, entregándose al alivio, van liberando el alma, el silencio me lo anota con su lengua en mi espalda, escribe: escucha ese vaivén, es el batir de sus alas. Se sonríe porque ninguno de todos se percata, del contrato firmado en el sueño, no se porque estoy despierta leyendo la cláusula, que dice nunca recordarás verdaderamente tu deseo, yo, El Silencio, te lo arrebata.



Pecados se cometen en los callejones oscuros bajo una luna intermitente, donde los amantes sin nombre cruzan la barrera del suelo y se aman impiadosamente; incluso los mismos que hoy por la mañana se odiaron, pervertidos almacenaron la pasión debajo de su propia mente. Pobres, no lo saben. O pobre yo, que despierta acá escuchando advierte, que no sólo lo estoy viendo, el silencio me ha penetrado y me pregunta: ¿Lo sientes?



Las gotas condensadas caen por el vidrio, no se si de misterio. Comparten entre ellas placenteras la vivencia del intento, y mientras sus caminitos destinados se unen atraídos por un imán etéreo, me acarician los ojos, señalando el espejo: todas nacemos en tu gran adentro.



Problema es que también vi circular mis miedos, algunos tropezaron conmigo pero no se fueron tranquilos sonriendo, haciendo una breve parada en el escalón del tiempo para ver cómo era poseída por el silencio. Sin tapujos, se despliegan en sensaciones que no se guardan y enmudecidos por el código de la gran fiesta, les es concedido todo, todo menos, el habla.



¿Sueño despierta, que sueño todos los sueños? ¿Sueño que sueño despierta? ¿O me sueñan, o del sueño me arrebatan?



Miro en el espejismo del vidrio más empañado, el rostro de alguien que conozco, y se dibuja entre aquellas gotitas condensadas, la imagen de mí prohibido en esta erótica hazaña. Ya nace la sensación de estar en algo demasiado profundo, pues junto con eso mis manos sienten que arañan; pero pronto me dice de frente rozando mis pechos: es inútil no hay testigos para confesarla.



Escribo una y otra vez esto, que intento murmurarte sin éxito desde el fuego de mis entrañas. Este engaño no es fortuito, fui hasta tu mente a gritar afónicamente mi traza inquieta exhibiendo mi alma condenada. Yo estaba ahí contra la pared y estaba parada, mientras con mis piernas abiertas él me decía desnudándome frente a ti: ya estás preparada.



Cabalga siniestro el silencio despacio, sobre el lomo de mis costados más salvajes y nada lo aplasta. Tienta al ojo la tímida noche a recostar mi cabeza sobre la almohada; despacio aún no han terminado de evitarlo, miro por última vez las gotas caer en mi ventana, y ya tengo dueño: mi amo el silencio, mis deseos tu cama.



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