sábado, mayo 19, 2012

EL CIELO NEGRO




Aquella mañana, el Sol relucía con esplendor sobre el cielo azul, limpio de nubes y con una suave brisa que aliviaba el caminar pausado por la ciudad de la anciana llamada Violeta. Una mujer de 83 años y viuda desde los 63 años. Se sentó como de costumbre en un banco de la acera, cerca de su casa dejando pasar las horas, cómo si esperase día tras día un algo que le diese fuerzas para seguir respirando. De repente… el cielo se quedó negro.
La oscuridad repentina no asustó a Violeta. Sin embargo, todas las personas se quedaron miraron al cielo con sorpresa, cómo si no entendieran nada. Se miraban unos a otros cómo preguntándose qué estaba ocurriendo. No era un eclipse, y sin embargo el cielo era negro, no había estrellas, no había nada, salvo oscuridad.

Los vehículos encendieron las luces, el alumbrado público no se encendió, y los edificios estaban apagados. El miedo comenzó a notarse. Se escuchaban gritos, sirenas y nadie sabía que ocurría, solo sabían que el cielo estaba negro y que era de mañana.
Violeta continuaba sentada, sin alterase y con una sonrisa en los labios.
A los pocos minutos los vehículos dejaron de funcionar, las sirenas enmudecieron, la policía no aparecía. Poco a poco las personas se inquietaban, el miedo cada vez era más evidente. Pronto comenzaron a perder la cordura. Corrían en todas las direcciones sin saber siquiera por dónde dirigirse. La oscuridad era absoluta.

Violeta sentada en su banco pasaba desapercibida, y desde allí vio a lo lejos como se encendían hogueras y como algunas personas huían del lugar aterradas. El frío hizo acto de presencia. Las personas rápidamente se convirtieron en extrañas, como locas.
No había pasado una hora, y en el ambiente se respiraba la ley de la selva, la ley no escrita, que dice que hay que sobrevivir.
Los gritos comenzaron a ser de pánico, llantos por todas partes, fuego, terror fue en lo que se convirtió la ciudad, sin embargo, Violeta continuaba sentada y sonriendo y viendo su presente sin asustarse.

Las bandas pronto se alzaron al poder con armas, lo malo para ellos es que no funcionan las pistolas, ni los fusiles, ninguna arma automática funciona pero, con palos, cuchillos, hierros, se enfrentan en la guerra callejera. En solo 2 h. había cambiado la sociedad, de persona se pasó a ser animal. Lo vigente era sobrevivir.
En ese presente se había de violar, se había de matar, robar.
Hemos de ser los dueños gritaban unos, y otros gritaban, ¡a por ellos!
Violeta siguió sentada y sonriendo.
Pasaron 5 h. y miles habían muerto. Había cientos de luces. Eras las luces de los incendios que alumbran en la oscuridad.

Violeta se levanta y con su paso lento se dirige a su hogar. Piensa; por allá está mi hogar, seguro que lo han quemado, iré a ver y así sabré que hacer.
A los 100 metros, un pandillero la detiene con malas formas. Le enseña la amenaza de una barra de hierro. Violeta le mira con dulzura, le sonríe y le dice:
- Joven, si vienes a matarme, déjame sonreírte, deja que te ame, deja que te toque el corazón, y luego, mátame.
El joven sorprendido, grita desesperado:
- ¡Venid, venid todos aquí!
A su grito cientos de pandilleros armados con todo tipo de armas acuden corriendo como poseídos por el diablo. Rodean a la anciana y el joven les dice:
- Sabéis que me ha dicho ésta vieja inmundicia, ¡que quiere sonreírme! - y explotó en carcajadas muy ruidosas.
- ¡Mátala ya! - Exclama uno del fondo.
- ¡Ven aquí! - le grita.
El muchacho se acerca y dice:
- La mataré, pero antes dale tú el primer golpe.
El valiente joven se coloca delante de la anciana Violeta. Ella le sonríe con ternura y le dice:
- Adelante amigo, adelante. Que no sea yo quien te avergüence delante de tus amigos, ¡golpéame!
Levanta con furia el hierro que tiene en su mano, pero no puede soltar el tan esperado golpe, se detiene con el rostro enrojecido, y sin querer rompe a llorar a lágrima viva, se arrodilla ante su líder y le dice:
- No soy merecedor de estar bajo tu mando, ¡mátame!, pero antes déjame llamarte amigo, sonreírte y luego mátame sin piedad.

Todos los pandilleros enmudecieron de inmediato.
El líder no sabía que hacer, ni como reaccionar. Se encontró en un dilema de matarle o no matarle. No podía permitirse el gusto de no matarlo por haber desobedecido sus ordenes, sin embargo se preguntaba ¿cómo, porqué?, no encontraba respuesta, solo encontraba que no podía ser débil en ese instante o perdería su poder.
Respiró profundo, levantó su brazo alzando su hacha en la mano. La mostró a todos en señal de que él era quien tenía el poder y que todos debían obedecer sin rechistar o morirían. Alzó su voz gritando:
- Llámame como te dé la gana, sonríe si es tu último deseo, la muerte está en tu puerta y seré yo quien la abra.
- ¡Muerte, muerte! - Gritaron todos formando una sola voz.
El líder sacó una sonrisa sarcástica. Señaló con su hacha a otro del grupo, le mandó acercarse y que matase a ese joven estúpido que se encontraba arrodillado a la espera de la muerte.
Ese valiente se colocó detrás del joven. Violeta, que se encontraba justo detrás, le tocó el hombro que empezaba a levantar para atizar con un hierro la cabeza del joven arrodillado. Se giró violento. Sus ojos rojos manifestaron miedo, rabia, odio. La anciana Violeta le sonrío, cerró sus ojos y le dijo:
- Mátale, es lo que debes hacer. Mátale de frente y no por la espalda como un cobarde. Tú eres valiente y fuerte, él no se defenderá, así que no seas un cobarde y mátale de frente, adelante, ¡mátalo!
Enfurecido, rojo como el diablo, empujó a Violeta, levantó su barra de hierro y gritó:
- ¡A muerte!
Se colocó delante del joven arrodillado para mostrar a todos su valentía, levantó su mano y empezó a bajarla con furia para que el hierro rompiese la cabeza del joven arrodillado, pero algo debió ocurrir en la fracción de segundo ya que de repente cayó al suelo la barra de hierro, sus ojos rojos de odio se volvieron normales, cayó arrodillado delante de su jefe y le dijo:
- Quiero morir en el lugar de la vieja. Me arrodillo delante de ti, y arrodillado me dirigiré delante de ella y allí, mátame, así mi sangre será tu sonrisa y el alivio de la anciana.
Todos enmudecieron de nuevo, no había explicación para ese hecho.
A lo lejos se escuchaban gritos de muerte, violaciones, gritos con alaridos de dolor, gritos que procedían de gente que era quemada viva.
No había más luz que el fuego de los edificios y el fuego de las hogueras junto a los cuerpos de personas ardiendo.
El jefe de esa pandilla no sabía que hacer. Una vieja paralizó a todo su grupo de exaltados valientes que no temían morir por un algo que ni conocían. El jefe grito:
- ¡Quiero un voluntario para matar a la vieja!
Nadie levantó la mano, nadie hizo un gesto.
- Un voluntario ¡ya! - gritó de nuevo.
Del fondo una voz exclamó:
- La mato yo, si te arrodillas delante de mí.
- ¡Quien eres! - gritó el jefe.
- Tu mayor pesadilla, el que te sacará de este torpe momento.
- ¡Adelante! - grito el jefe.
Un hombre de unos 40 años, alto y robusto se adelantó abriéndose camino entre el desconcierto de la pandilla y dijo:
- Dame tu hacha, y desde ahora todos debéis obedecerme, soy vuestro nuevo amo y señor, quien no obedezca morirá en manos de mis fieles muchachos.
Los que le acompañaban le vitorearon.
El aún jefe le dijo:
- Serás nuestro dueño cuando mates a la vieja.
Sin escrúpulos dio los dos pasos que le separaban de Violeta. Dio un par de vueltas alrededor de ella. La pequeña anciana no se movió, ni se inquietó, sabía que con un solo golpe estaría muerta. Tras dar su vistazo a la anciana grito con una sonora carcajada a todos los allí presentes:
- Que sea una vieja andrajosa quien me de el poder de la ciudad tiene su gracia.
Se colocó detrás de ella, alzó el hacha y golpeó con todas sus fuerzas la acera. A lágrima viva, cayó arrodillado y gimiendo sobre la acera, entre lamentos se le pudo escuchar:
- No, no, no puedo hacerlo.
De bruces contra la acera, todos quedaron helados, boquiabiertos, nadie comprendía nada.
Uno de los arrodillados dijo:
- Vieja, ¿dinos que hacemos?
Violeta sonrío con ternura, dio un paso adelante, tocó la cabeza del primer joven, luego la del otro, miró de frente al líder y le dijo:
- Ven hijo, ven. Venid todos, os diré que deberíais hacer. Más no hagáis nunca nada porqué yo lo diga, hacedlo por voluntad propia y con la libertad que os proporciona la propia convicción y no por la de otro. Decidme, ¿si el cielo no estuviera negro, que estaríais haciendo?
Nadie respondió y ella volvió a preguntar:
- Si el cielo no se hubiera puesto negro, ¿qué estaríais haciendo?
Uno contestó:
- Seguir con nuestra vida.
- ¡Bien! - exclamó Violeta y añadió. - Es precisamente lo que nunca debisteis dejar de hacer y ser.
- ¡Qué hacemos! - gritó otro.
- Lo que queráis hacer, sois libres, vivid libres.
Todos callaron. El líder, le dio el hacha a Violeta y ésta le dijo:
- No, no, me la des, ni la tires, utilízala para construir y no para destruir. Esto va para todos. 

Ahora sois de nuevo libres, no temáis si el cielo es negro o azul. No temáis si otros os persiguen y matan. Morid libres, vivid libres, y recordad, no lo hagáis porqué yo lo diga, sino por qué cada uno de vosotros así lo desea. Si lo deseáis podéis unir vuestros esfuerzos en un mismo caminar, pero entonces deberéis ser ante todo amigos sin excepción. Vuestro destino, sois vosotros, ya sabéis el qué hacer y el cómo hacerlo.
Veo que no me vais a matar, así que me voy a mi hogar, tal vez quede algo, incluso puede que nadie le haya prendido fuego.
Le abrieron paso y Violeta con sus lentos pies continuó su camino.


©Julián Melero
http://julianmelero.blogspot.com.ar/

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