@ LUIS MARIA LETTIERI |
Sé de una caleta
donde se arrumban
viejos navíos,
bandadas de playeros rojizos
los moran
y fantasmas de viejos marinos.
Hay en la bitácora escrito
un rumbo suicida,
y junto a una botella de ron vacía
una brújula, estacada su aguja
en algún punto del sur.
En los cristales del puente
bruma y olas suspendidas
en tormentas incesantes.
Sirenas polizontes y gavias,
lunas y constelaciones
pintadas en el cristal reseco
con aquellas húmedas miradas.
Yacen dormidos
escorados al seco garete
cascos naranjas y ocres,
cobijando líquenes y musgos
moluscos y sentinas.
El mar los mece
y canta melodias para cuna
en sus mástiles,
y sus viejos cascos gimen
mientras los duerme
el seco vaivén de las arenas.
Se han vuelto invisibles
sus jarcias de tanto viento,
y sus mascarones llevan
los ojos entredormidos.
Presiento en su canto
memorias de bahías,
cartas náuticas encalladas,
compases y astrolabios.
Juegan en sus concavidades
los ecos pertinaces
de ocasionales pasajeros,
cruje el metal y aúlla la madera,
al rigor del verano calcinante
y al frío repentino de las tardes.
Nos dicen en su lengua
metálica de cubiertas y óxidos rojizos,
hasta acá vinimos a dejar el cuerpo,
el alma ha vuelto al mar,
donde pertenece.
Todo barco tiene
un eterno espírito marinero.
A los hombres solo nos queda
mirar el mar, soñando el cielo.
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