sábado, septiembre 15, 2012

POR MI CULPA

GENTILEZA DE RODO INSAURRALDE 


@ RUBEN MEDINA 

Todos los sábados a las tres de la tarde pasaba a buscarme, siempre muy puntual, la catequista. Era una mujer regordeta, con un rictus hierático en su rosto – nada parecido a una virgen – y según decían las viejas del barrio: “tiene esa cara porque está seca, por eso no pudo tener hijos”.

Cuadra por cuadra se iban sumando los otros chicos al grupo. Nos alejábamos de mi casa unas diez o quince cuadras cantando canciones de la iglesia:



“Alabado sea el Santísimo sacramento del altar,

Y la virgen concebida sin pecado original…”



Pasábamos una vía muerta, después la lechería con las tres vacas de doña Simona, luego la verdulería de Jacinto con enormes y sugerente sandias partidas al medio. Tentadoras, pero nunca la comprábamos porque la catequista decía: “hay que hacer sacrificios”. Así llegábamos a un añejo árbol frondoso. Bajo su sombra, esa mujer regordeta nos enseñaba religión.

- ¿Quién es el Ser superior de lo creado?

- ¡El hombre!

- ¿Cómo fue creado el hombre?

- ¡A imagen y semejanza de Dios! – respondíamos todos juntos produciendo un griterío santo. Casi.

La catequista llevaba grandes libros con imágenes. Así conocimos a Adán, a Eva, a los ángeles, a José y María, a los apóstoles. Pero cuando comenzaba el barullo – reinaba el barullo – ella nos mostraba una tétrica imagen del diablo. Nos paralizaba. Y el silencio venía. Pero no tenía que ver con el silencio santo ni con el santo temor de Dios que ella quería inculcarnos. Tenía que ver con el terror.

Recién cuando estábamos callados, acobardados, sacaba la imagen de Cristo crucificado: “¡Por ustedes!” – decía – “¡Por nosotros!” Y se arrodillaba obligándonos a imitarla y comenzaba: “¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi gravísima culpa!”.

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