@ DR. LUIS ALPOSTA |
Grabado de José Guadalupe Posada
El tema de la muerte, ya desde la más remota antigüedad, ha interesado no sólo a médicos y filósofos, sino también a los poetas.
Desde aquellos lejanos días en que Jorge Manrique escribiera “cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte”, es mucho lo que se ha rimado sobre ella, asociándola, casi siempre, con el inexorable transcurrir del tiempo.
La muerte del prójimo está indisolublemente unida a la proyección que cada uno de nosotros tenemos de nuestra propia muerte.
Para el porteño, como para cualquier hombre, la muerte es un estado y un sentimiento plagado de connotaciones contradictorias.
Para Alfredo Le Pera es la impotencia:
“Quise abrigarla y más pudo la muerte…”
y también la acechanza:
“… la muerte agazapada marcaba su compás.”
Un fatalismo esperanzado para Discépolo:
“¡Dale nomás! / ¡Dale que va! / ¡Que allá en el horno / nos vamo a encontrar!”
Y el descreimiento en Antonio Podestá:
“Yo quiero morir conmigo / sin confesión y sin Dios, /
crucificado en mis penas / como abrazado a un rencor.”
Un descreimiento, al que podríamos contraponer, sino la convicción, al menos el “por si acaso” del Malevo Muñoz en trance de morir. Cuando le preguntaron a éste si quería recibir al sacerdote, después de pensarlo un rato, contestó:
-¡Ma sí! Hacelo pasar. ¡Total no cuesta nada tirarse un lance!
Y ahora, con respecto al cementerio, recordemos que éste es territorio del muerto y no de la muerte, dado que la “quinta” no es propiedad de la “ñata” sino del “ñato”.
SI ANDAS CAMINANDO VISITA ESTE AMIGO
http://mosaicosportenos.blogspot.com.ar/
No hay comentarios:
Publicar un comentario