jueves, marzo 28, 2013

EBANO Y MARFIL





@Luis María Lettieri.

Déjame hacer un torniquete ahí,
en esa hemorragia de lágrimas negras,
por la santa memoria de tu boca
y el millón de pestañas en llamas
que una vez incendiara tu mirada.

Hay un piano entristecido
en una sala de la lejana Escandinavia,
sólo de teclas negras, ajadas,
durmiendo cubiertas por el terciopelo.

Melancolía de bemoles demorados
y esperanza vana de sostenidos.

En su alma hueca de maderas suenan
ecos de notas blancas, voces que un día
cantaron al jardín de calas,
quizás en su noche de silencios
hoy sueñen navidades y neviscas.

Y las canciones salen apenadas
arenosas, atragantadas de carbonillas,
de su placenta de cortezas y nudos
donde una cenefa indica
que ahí muere la distancia
y a su lado, termina una octava indefinida.


Buscan en el haz de luz perdido
del escenario a oscuras
la bailarina de corazones amarillos
que nunca pintara Degas,
como un tallo de marfil erguida
y girando, dando vueltas
cual si fuera una sola voz
extraviada en eternidades de olvido.

Surcan sus aguas
veleros de papel bebiendo vetas,
en sus vientos hay
bandadas de trémulas almas
buscando en balde
los inescrutables caminos del regreso.

Y un mar de lágrimas espesas,
rodando en los huecos del silencio,
el arrebol de los terraplenes,
a la hora en que no vuelven los trenes
y el corazón se apergamina, harto
de los patíbulos, y las salas de espera.

Lustrosa caoba, laca que refleja
mariposas negras, luciérnagas en huelga
senderos de rimmel en la soledad
de las mejillas, descarnadas, enjutas.

Bebo toca, astillas ebúrneas
ébano en diminutos listones,
un vaso de ron, las sillas vacías,
conjugando los verbos crueles
de las eternas ausencias.

Arrodillado sobre altar a oscuras,
ve la lluvia del caribe
llorando contra los cristales,
el mar y la lejana Florida,
los Cayos, las marismas
están calladas, escuchando el piano,
que roza sus almas isleñas.

El viejo fuerte, el malecón
ven pasar la gaviota de su alma,
el caballón de la Suecia tan rara,
quien le diera el color a esa pena
que una vez cantara el Cigala.

Las huellas de los poetas
están hechas de palabras,
las de los músicos,
pura gala de silencios en llamas.


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