Agua, harina,
pañales y madrugadas.
Vestida de gastadas noches,
desaparecida entre ollas
y tiznes.
Madre ojos de vigilia permanente,
cabeceas la noche y chiquillos.
Repartidora de pobreza,
palabras, cariño.
Paciente como abnegada luz
en insomnios y fiebres.
Los inviernos pasan por tu lado,
pintan de soledad tus desvelos.
Siempre en busca del quehacer.
¿Cuándo acabarás la tarea?
¿Cuándo, que no sea tarde, mirarás por ti?
Pero no, tú continúas tu labor,
sigues repartiendo el pan de tu sonrisa
a los hijos que crecieron, se fueron.
Se disuelve en tus manos el jabón, el tiempo,
las huellas, dolores.
Madre, madre mía,
reina del zurcir y la cocina,
del agua que brota de tu pecho
con la palabra amor.
¿Podrá tu corazón de besos
perdonar nuestro egoísta camino
y la creencia que nos perteneces,
sin admitir que sin ti
somos una veleta
en un mar de llanto?
Madre, toma estas marchitas flores
que se secan sin el rocío de tu presencia.
Hazlas vivir de nuevo con el roce
de tus manos,
y déjame que bese tu silencio,
con lágrimas de reconocimiento,
lágrimas de amor.
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