domingo, octubre 13, 2013

LA VIDA INMATERIAL










Llego temprano, y mientras espero, aparecen las mujeres. Cada una ostenta un teléfono celular así como las romanas llevaban un talismán contra el mal de ojo. Entra también la mujer morena y de cabello ondulado, salida de un film de Ripstein. La suma de aromas femeninos se mezcla en un resplandor de lámparas redondo como un himen de metro y medio de diámetro.

Llega un hombre solo. No el de ayer ni el de mañana, aunque en apariencia pudiera considerarse el mismo. Llega para refugiarse de la lluvia, sin prisa, no comestible, sin sucesión, presintiendo los resplandores de las bombachitas azules, celestes, doradas.

Las mujeres que están de espaldas se dan vuelta, las que están de frente lo examinan. Otras, en paz con sus huesos, no lo miran. Algunas no hallan paz pero tampoco miran porque están frente a frente con sus temblores.

Mirar el hombre como se mira un collar de perlas.

Decir la palabra hombre como si fuera la palabra noche.

La mujer salida de un filme de Ripstein, no pudiendo respirar, se asfixia en lo que mira.

El hombre es el único libro que nos quita el sueño, dicen las mujeres que están más cerca de mi mesa. Podrían pensarlo y no decirlo, porque la vida inmaterial está llena de vacíos. Hablémoslo bien, propone una de ellas. Este hombre no es el mismo hombre que vino ayer, dicen. Yo tampoco soy la misma que vino ayer, pienso.

Esas mujeres, entre las que me incluyo, lo miran como quien contempla el mar por primera vez desde un ojo de buey. Algunas, entre las que no me incluyo, tratan de salirse de la ensoñación.

Los hombres pueden ser irreales, no así el hombre que llega solo y se sienta en el centro del bar, donde el himen de la lámpara lo recubre con su lodo blanco.

El hombre es un cachorro de lobo que se refugia de la lluvia, o de la noche sin ojos, o de las preguntas de siempre.

La mujer de Ripstein prefiere quemarse los ojos contemplando al hombre antes que leer la palabra no ambarina.

Los ojos de las mujeres quedan colgados, balanceándose ligeramente, y se asustan, porque abajo, en lugar de piso hay un enorme agujero por donde asoman los ojos redondos y brillantes de otros hombres que esperan su turno de ser admirados.

Pero las mujeres se demoran y los hombres, colgados del borde del pozo, van perdiendo fuerza en las manos, al fin se sueltan y caen, y caen, y caen. Esa maniobra parece provenir de la imaginación pero sin embargo, procede de la demora.

Yo sostengo, aunque sin fundamento, que no son hombres si no sueños los que caen, y que al caer no mueren.

Una de las cosas que más llama la atención a las mujeres, es que el hombre parece un reflejo de otros hombres. Esta errónea apreciación es corregida por él al posicionarse de un modo propio en la palabra hombre. Como un sueño es capaz de posicionarse en la palabra sueño.

Todo hombre que es real, es real a dos luces, las dos tan diferentes en tono y sombra, que no pueden nombrarse de memoria. Así es la vida inmaterial. Se mete en la membrana de la vida material de tal modo que no hay manera de extirparla. Y por más que uno sacuda el trapo de la vida material, nunca termina de eliminar sus partículas de polvo inmaterial. Lo mismo pasa con el hombre. Aunque todas las mujeres del bar quisiéramos verlo como simple hombre, sólo hombre, jamás podríamos quitarle por completo los resplandores de la palabra hombre.

A medida que las mujeres hablan, el hombre evita hundirse en cada ínfimo aplastamiento verbal para no convertirse en una excesiva maceración de signos. Mira hacia los costados. El mozo no llega nunca. En el camino encuentra ojos furtivos, que lo esquivan. Otros, a los que decide esquivar, otros que no encuentra. Y la soledad del hombre es arrastrada por su propia fuerza a la deriva de lo que esas mujeres, entre las que me incluyo, sueñan. Y al hombre, no le queda más que refugiarse en la palabra hombre. Esta posibilidad, en suma, es la razón de toda su existencia.

Por donde se lo mire, el hombre es más alto que su propia voz, más río que mar, más real que ficcionario, más sustantivo que verbo. El mozo se acerca. El hombre emana una voz que empezó a oírse hace mucho tiempo.

La mujer salida de un film de Ripstein parece creada para arar la tierra del hombre. El cuerpo del hombre. Todo partió de este principio: la vida inmaterial es real e imposible. Y de este otro: el hombre llegó solo.

La naturaleza de la palabra hombre está llena de humus. El cielo de la palabra hombre tiene una estrella sublunar. La consistencia de la palabra hombre está compuesta por una química montada en espermatozoides. El mozo vuelve y deja en el centro de la mesa algo blanquísimo como una camelia. El hombre coloca su mano de hombre en el bolsillo. Saca algo sucio y lo entrega. El mozo lo guarda en una funda de cuero hecha a tal fin. La vida material no se detiene.

Y los ojos del hombre surcan el perímetro de himen que lo cobija en busca del carbono14. La mujer salida del film de Ripstein es una larga cadena de átomos de carbono, proteínas, glúcidos, vitaminas y lípidos, que avanza en plano-secuencia y pasa al lado de la palabra hombre. Un sistema solar perdura bajo la lámpara. Los planetas de las mujeres orbitan en suspiros.

La mujer de Ripstein, como el agua, como el carbono, sigue un ciclo. El ciclo del carbono une a todos los seres vivos de la Tierra en un frágil equilibrio. La mujer de Ripstein une a todas las mujeres del bar en el fino equilibrio de un sueño que cae y al caer no muere. La película deviene traslúcida. Ripstein sigue con la cámara a la mujer detrás de la cual sale, como un cometa, la palabra hombre, dejando una estela elíptica y prolongada.

Las mujeres del bar, entre las que me incluyo, perciben más al hombre que a la lluvia. Una de ellas entrecierra los ojos para recordarlo. Otra lo masculla, otra lo añora, otra lo labia, otra lo tornasola.

El hombre se va llevándose consigo la palabra hombre y la palabra noche y la palabra sueño. Pero al irse nos deja la idea de que lo externo sueña y lo interno vive. Y yo, que desde temprano espero, salgo detrás de la palabra hombre que se va detrás de la mujer salida de un film de Ripstein.

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