jueves, febrero 06, 2014

A LOS VEINTE AÑOS

DE :Héctor Ccahua
A los veinte años
puedes decidir ser escritor o poeta (jamás un literato)
olvidar de dónde vienes
o que acaso tu técnica
y genio creativo
no serán las de Riumbaud
o Adán ni en tres vidas,
y aún así
puede que valga algo la pena.
Y la idea te ronda
te entusiasma la paciencia,
que apenas dejó la adolescencia,
y empiezas a mirar distinto,
a odiar distinto.

Empiezas proyectos
que nunca acabas
pero ahora sabes algunas cosas,
tienes convicciones,
convencimientos en todo o en casi todo
y no le temes a nada.
Puedes coger una guitarra
o ingresar a la universidad,
puedes simplemente no hablar con nadie
o dejarte la barba para parecer el comunista
que nunca has sido.
Detestas estudiar
porque aprendiste a leer
y te inventas adicciones de las que no podrás recuperarte.
Contradices sin vergüenzas,
sin devociones más que tu propia palabra.
Sabes lo que quieres de la vida
¡Coño! Vaya que lo sabes
y eso te basta.

Luego
conoces a la chica de tus sueños,
una chica demasiado bella para ti,
demasiado bella para cualquiera que conozcas.
Y ella te entumece
duerme contigo
maldice contigo
y te llega a conocer tanto
que termina abandonándote desesperadamente.
Y tú te quedas botado en la calle
demasiado ebrio y arrecho
para darte cuenta de la única cosa que jamás debes olvidar:
estas jodidamente condenado
a andar solo.

Te das cuenta que siempre es demasiado tarde
para cualquier cosa,
el tiempo aprieta
la gran idea nunca llega
y hasta ahora lo mejor que has hecho
es arrugar, despedazar
y acumular papeles
en el rincón del cuarto
que ni siquiera es tuyo.
Miras alrededor,
acudes al trabajo miserable que has conseguido
tratando de ser puntual
o de ser algo,
y te repites insanamente
todos los días
a la misma hora
frente al mismo vacío
que hallas en el espejo,
que ser escritor y no un literato
es lo único que quieres ser.

Evitas hablar con el mayor número de personas,
evitas los malls
o escribir en ingles,
evitas a toda persona de aspecto próspero
o vigor optimista
porque sabes en el fondo
que terminarás robándole algo
o golpeándolo con tanto placer
que no querrás detenerte.
Para sobrevivir
te refugias en subcriaturas lamentables
que te recuerdan que aún se puede caer más hondo,
que no estás acabado del todo,
y tu espíritu se enciende
por debajo de toda esa ruindad
que podría ser tuya,
pero no lo es.

Al final
te encuentras a ti mismo
sentado para siempre lejos de todo bienestar,
pensando que sería más fácil no tener familia
o por lo menos no quererla.
Y allí estas
volviendo nuevamente
a escribir cosas malas,
odiando las palabras que te definen
como el hijo de este pueblo perpetuo de los casi,
y te das gran cuenta
que estos pocos años de quejas, equivocaciones y abandonos
te han convertido en algo penoso, drástico,
en una criatura infinitamente melancólica
incapaz de vivir
sin joder la paciencia
como te dicen en la chamba
o en la cama,
en ese insecto monstruoso
intratable
grotesco
que decidiste ser
a los veinte años.

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