Erigido gracias al aporte de algunos vecinos catalanes de la ciudad de Buenos Aires quienes lo consagraron a su Virgen Morena, Nuestra Señora de Monserrat, fue declarado Parroquia en 1769.
Contó con una Plaza de Toros que trajeron a la incipiente barriada prosperidad y también riesgos.
Así como ahora, la inseguridad también preocupaba a los porteños.
Y al decir de José Antonio Pillado, “por la calle del pecado, vecina al templo, hacían su entrada en horas de la noche, a la solitaria y oscura plaza de toros, vagos y maleantes quienes aprovechaban esa circunstancia para ejercer su osadía”
Parece ser que ni la policía de entonces se atrevía a recorrerla y fue necesario iluminarla con dos faroles de gas en cada acera. La recorrieron serenos para que la gente pudiera atravesarla sin temor. Finalmente, decidieron cambiarle el nombre por el de Aroma, aunque esto no bastó para cambiarle la reputación.
Pero no todo era zozobra y malos ratos en el antiguo barrio de Monserrat.
También contaba con una población valiente y heroica que hizo que, una vez pasadas las Invasiones Inglesas, se le cambiara el nombre a
Fue destacada en esa oportunidad, la actitud decidida de negros, mulatos y pardos contra el invasor inglés.
En el barrio, los negros se agrupaban por su procedencia africana en “naciones”, algunas de las cuales llegaron a ser organizaciones con poder y prestigio.
Algunas de estas naciones eran Cabunda, Banguela, Humbuero, Congo y Tanca.
Sus barrios de residencia eran conocidos como “barrios del tambor”, por el instrumento cuyos redobles acompañaban preferentemente sus celebraciones y también del Mondongo, nombre derivado, según afirma Vicente Rossi en “Cosa de negros”, de las “vísceras vacunas”, que eran codiciadas por las negras achuradoras de Mataderos y según otros, de una nación africana llamada así o de modo semejante.
Los bailes y cantos en honor de san Benito y del rey mago Baltasar se realizaban en ranchos habilitados a tal efecto. Un rey y una reina ocupaban sus sitiales y en determinado momento se iniciaba el baile dirigido por un bastonero.
El carnaval era la principal fiesta de las naciones. Las calles principales eran recorridas por comparsas que se detenían en las casas de buena apariencia o entraban en los salones de baile para entonar sus canciones, ejecutar sus bailes y recibir un óbolo que, con los años, se fue haciendo más modesto.
Una época feliz, allá lejos en el tiempo, en Monserrat.
Susana Pussacq
Fuente: “Paseos Literarios por Buenos Aires” (de Delfín Leocadio Garasa
Ed. Municipalidad de
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