de Federico Gastón Waissmann Parisi,
Cantando, estaba cantando
poesías escritas a mis amantes
que no eran ya regalos
sino la búsqueda de una imagen,
en mis oyentes espejada,
que movilizara todos mis males.
Descubrí el deseo.
En el momento en que se hace carne,
cortando la piel sobre una herida,
sólo con palabras lacerantes.
La sangre es escupida, se saliva
para continuar el cantante
con sus palabras, su fruto prohibido.
Descubrí el amor.
El mundo de repente dejó de girar,
quedando detenido sobre su eje,
con mi voz como una suave brisa
que comenzó a correr sobre su frente,
encontrando la perfección de sus líneas
como el tacto de una flor endeble.
Descubrí que era un hombre.
La dama se acercó a verme
con sus ojos a punto de estallar
al modo de un fruto supurante que,
frente al cambio de temporada,
derrama lágrimas temiendo la muerte
y desde aquí olían a manzanas.
Descubrí algo hermoso de ver.
Mi canción fue la mentira que buscaba,
una forma de decir verdades
que allí, en medio de una plaza,
eran creídas de a mitades
y poco a poco así llenadas
de otras mentiras similares.
Descubrí algo doloroso de hacer.
Miré entonces asombrado,
bajando la mirada hasta sus manos,
para ver si el jugo derramado
era la causa de un olor tan claro
que a mí llegaba desde lejano,
insoportablemente claro.
Descubrí algo doloroso de ser.
Quería acercarme a ella
como a una creación humana
de las más hermosas, tan bella
como el ballet, la piel bronceada
o un vestido ceñido en las caderas,
que duelen en las partes menos deseadas.
Descubrí el hombre a sus espaldas.
Con una camisa arrugada
comenzó a mirarme nervioso.
Sin cerrarse, sus párpados temblaban
y mientras las muecas en su rostro
como nudillos me golpeaban
sin ningún remordimiento, solos.
Descubrí un amor enfermo.
No por eso dejé de desearla.
Al contrario, la muñeca retorcida,
el infortunio de la dama,
el dolor en sus lágrimas
y el lastimar las cosas amadas
calmaban mi deseo suicida.
Descubrí el dolor.
Mientras la dama caía al piso
el amante tiraba de sus cabellos
al modo de un hambriento
al tocar la fruta podrida el suelo,
sin saberla alimento o peligro,
a mordisco decide correr el riesgo
tirando del putrefacto tallo.
Descubrí mi voz apagarse.
Rogando a su dios por un minuto más,
la dama rasguñaba a su amante.
pero su codo le negó el aire ya,
y su cuerpo cayó muerto delante.
Pero el dolor sobrevivió y va
con el viento a todas partes.
Descubrí el amor que mata.
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