domingo, noviembre 22, 2009

LA COSTUMBRE DE PERDER




A Dix le pasa lo que les pasa a todos los campesinos con vocación de serlo, que cuando ven frustrados sus deseos, bien por culpa de la mala suerte o bien por culpa de la bancarrota, se desesperan. Unos tiran entonces por el camino de la humildad y, arrastrados por el lastre de su tristeza, llegan a hundirse. Pero otros, como hizo el bueno de Dix, se rebelan y se hacen pistoleros. Hay que decir que, por lo general, éstos también acaban hundiéndose por una cuestión meramente física. El plomo pesa mucho.
Dix es un tipo tan descreído como parco. No tiene futuros, sino nostalgias, y no le da concesiones a la vida, sino que es él quien se las suele arrancar a ella a golpes pero sin avaricias, de una en una, con la única ambición de que le sirvan para seguir vivo una semana más. Es un tipo acostumbrado a jugar en desventaja. Cuando apuesta, normalmente pierde, y cuando gana, acaba gastando lo poco que tiene con el endeble pretexto de que es muy poca su fortuna para guardarla.
A Dix, por ejemplo, no le gusta que le quieran. Piensa que no vale la pena. De ahí que Doll, que de ser una muñeca sería de esas que lloran cuando se les aprieta el brazo, al amarle profundamente, sólo esté cometiendo un acto en vano. Y es que a Dix su servilismo le abruma. Sólo ve en ella el retrato del fracaso, una insignificante bagatela con la que no puede quedarse, so pena de acabar admitiendo su propia insignificancia y su sino perdedor. Le tiene cariño, es cierto, pero sólo el justo para ganarse algún que otro roce sin tener que pagar por él.
Mientras tanto, Dix espera y espera a que la fortuna dé un vuelco y le sonría. Ese día le encargarán un gran golpe, podrá alejarse de la incómoda llantina de Doll, y volverá a su casa para recomprar la granja familiar y aquel par de caballos pencos que tenía su padre.

The asfalt jungle.- 1950.- John Husto

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