domingo, septiembre 11, 2011

EN PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR



Por TANIA ALEGRIA

Nunca quise ser pájaro.
No sé por qué insisto en mantener las alas.

Por decirlo sin sombra de retórica
me acomodo de bruces en algo que amenaza
ser una reflexión de orden sensorial:

Acabo de instalar en el teléfono
un poema sinfónico de Liszt,
donde se infiere un ego dimitido
de mi generación Kerouak-Ginsberg.

Hay otros síntomas:
Me pienso samurái en un bosque de espejos.
Navego el tragaluz en un barco sin quillas.
Sólo me falta para ser otra persona
que me compre una casa en la Toscana.

Nada de eso estaba en lo previsto
cuando dejé mis márgenes
llevándome un olvido de la mano,
paraguas –por si llueve–
y mis pañuelos de decir adiós.

Llegué despaginada al otro lado
de mis cincuenta y siete travesías.
Mejor asumo que desvié la brújula
y me dejé caer en el sistema.

Deberían vender en algún sitio
un manual de existencia que enseñe una mujer
a no desescribir su propia historia.

(Lo que hay de impudicia en los poemas
es que una habla siempre de sí misma).


Fotografía de Beatriz Morán

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