martes, febrero 14, 2012

CARTAS DE AMOR



Por  FRANCISCO ESPADA




Hubo un tiempo en el que tenía una carta manuscrita al día: los lunes dos y el domingo ninguna. Se hizo tan cotidiana la carta diaria como el panuestro y al igual que éste, tampoco podía pasar sin su ritual; solía abrirla rasgando el sobre con un cortaplumas y aspirando el aroma de la personada amada. Entonces aún no recibía cartas del banco y ni siquiera tenía cuenta corriente. Cobraba en metálico, en un sobre color paja con el que de inmediato acudía a pagar a la patrona. Vivía en el entorno de Tirso de Molina, detrás del teatro Calderón, en un ambiente de jóvenes trabajadores y estudiantes al cincuenta por ciento. Tenía el corazón enamorado.


Soñaba. Madrid no era todavía una ciudad enloquecida, sino chispera y entrañable, con mucho de pueblo y todos los acicates de la ciudad: una cartelera interminable de teatros, cines… aún había sesiones en el Price, donde tuvo ocasión de ver volar a Pinito del Oro y aquellos espectáculos de ópera flamenca y variedades tan del momento. La entrada al museo del Prado, por la puerta de Goya, la avecindada con el Ritz, era casi instantánea. Allí acudía muchos días y se olvidaba del tiempo en sus salas y galerías nutriéndose de colorido, de arte y de historia. Cuando regresaba, encontraba sobre su mesita de noche la carta del día, si bien no perfumada sí con el aroma característico e inconfundible. La abría con mimo, se la llevaba a la cara para olerla profundamente y la leía con delectación. Venía cargada de los besos y abrazos no materializados, mas también de la carga energética para esperar a la siguiente.


Con frecuencia, cuando los turnos de trabajo o el descuido impedían que la respuesta llegara puntual, enfilaba desde Antón Martín la calle Atocha con la mano apretada camino de la estación. Disfrutaba viendo salir los trenes y la música férrea que hacían en el traqueteo de la lenta arrancada. Calculaba las fechas que le faltaban para subir al tren en lugar de la carta. Antes había localizado la vía de salida y el vagón correo y así se cercioraba de que al día siguiente estaría en destino. El papel soporta todas las promesas, todos los idilios y hasta las torpes rimas de los jóvenes enamorados; aquellas eran cartas llenas de promesas y de besos de tinta a falta de arrumacos. Hoy sólo recibe cartas del banco y publicidad, pero aquellas promesas se hicieron firmes y tantos años después sigue igualmente enamorado de su chica, de la única chica de su vida.

FUENTE :
http://diasdeaplomo.blogspot.com 

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