La pólvora del cargador
se mezcla con el sudor en mi frente
mientras el frío metal
palpita aún en su cama encallecida.
Maté a la esperanza
de un beso entre los ojos
con los pantalones bajados
como un sediento ramo de flores.
Un ángel de piel tostada
baila la danza del nómada
golpeando con sus tacones rojos
sobre un corazón aplastado.
El ruiseñor de seis cuerdas
se lamenta desde los infiernos;
habla de un pura sangre,
habla del dios de los dos cuernos.
Y su llanto y su miseria
me corroen hasta los huesos,
y me oprimen,
me destrozan,
me arrancan la piel a tiras,
esta piel de astado viejo
con las venas de vino tinto.
Y otro bravo me embiste
y no mato la soledad, pero la engaño
mordiendo la almohada
y clavando las uñas
en el quiste.
Mi corazón,
fruta podrida en tu puño cerrado,
barro entre tus dedos,
cigarro a medio fumar
bajo la suela de tu zapato,
lluvia sobre mojado,
moho en las húmedas paredes
de tu memoria.
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