Fue su regalo de cumpleaños. Cabía en la palma de su mano en la que lo posaba para contemplarlo: temerario y decidido, apuntaba al enemigo con la bayoneta. Después conocería otros regalos, una pelota, una bicicleta, una moto e incluso un coche pero nunca se separaría de él. Esa mañana, debajo del puente, sus ojos congelados en un segundo transformado ya en doliente pasado, el soldadito de plomo yacía a su lado, confundido y silencioso, como derrotado en esa guerra que nunca fue suya.
Texto: Félix Terrones
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