sábado, julio 28, 2012

UNO



Olor a humo. La tarde no ha tenido éxito en espantar, en desarmar la semántica de estas bitácoras del aburrimiento. Un juego que nos dispone a la sorpresa y a la exasperación. Nuestros cuerpos afectados de acostumbramiento y en el sobrepeso que lo impulsa hacia el futuro. Todas las melodías que te vas animando a cantar vienen de una vibración atonal despintando de la boca. Sustancia sale de este cuerpo suspendido en una ondulación anodina. En todo esto había una adivinanza armónica al escucharte contándome cuentos de las princesas del hielo. De vestido y zapatillas de caña tocabas la acordeona con los ojos entrecerrados y hablabas de los calabozos en los palacios. Los pies de las princesas bajaban en escalas menores y de ambición sostenida. Ambición apostada en esa clase de juegos en los que nadie gana, de hecho el que se cree triunfador pierde primero por no aceptar que de hecho ya esta todo perdido de solo empezar.

Hay una nota que suena, es un desprendimiento, un no sentir de los huesos. El ritmo va marcando el camino hasta el estallar de la distorsión, es cuando la voz desgarrándose retrata la síntesis de un pasaje herético. Mi maestro me enseño que siempre las cosas hacen crack, hasta en las sinfonías, y no deja de ser necesario. Es la nota inesperada, la que conmovida por su existencia subterránea, hastiada hasta las bolas de ser la sombra justificada de las convenciones, hace su infernal aparición sobre el pasaje melancólico y hace estallar el “todo igual todo lo mismo” haciendo arder este silencio de una vez. Es el principio depuesto de la lógica, la que nos propone la incertidumbre como el génesis de una vacua existencia. Cosas de las que los conversos se cagan de la risa mientras se saquetean la ansiedad caminando sobre los sueños montados en la naturaleza perentoria de la quietud.

No se negocia una canción ¿Sabes? Es algo demasiado íntimo para canjearlo por cosas que estos últimos tiempos te han enseñado a necesitar. Como abuelitos arrugados por el cambio constante creyendo que así nos vinculamos a un futuro, si de un cachetazo te han bajado del aprendizaje de que lo que ahí ves es solo la pluma del pájaro. Y ni sientes que bajo los ladrillos que te contienen se te ha caído el techo, se te ha acabado la yerba, se te han cansado las estrategias y has decidido huir hacia la ausencia. Puta cosa esta que la divinidad se te manifieste como un flan espiritual, este corazón una mantis religiosa con sus garritas apretadas venerando un palosanto. Y mis muelas quieren estallar por el teléfono que ya no suena más.

No me he podido prevenir del invierno por lo que has visto, no he terminado de conocer el perfil de quien estoy por extrañar todavía. No me quedo otra que salir, camine por la calle encodada de mi casa, mire atrás a cada rato con decisión vertiginosa y paranoica. Algunas ventanas todavía duermen abiertas y se les escapa un vapor caliente olor a cuerpo encierro y espiral. Me dieron ganas de entrar y saber a que duermen, olerlos olerlos sin parar hasta saber a que huelen esas pequeñas cosmogonías decantadas en el pasado. El cigarrillo que acabo de prender tiene el sabor a todas aquellas promesas que mantengo en suspenso.

Tengo puesta la remera del primer intento de aprendizaje de dos principiantes incompletos fundidos por una obediencia judeo cristiana, muchas muchas palabras en la columna del debe y muchas muchas dudas en la lista del siente. Una construcción anacrónica puesta en una morsa hecha con siglos de un genetismo de la culpa. Ser del ser que te dio ser. Y hoy trato de distinguirme de eso, y trato de no deshacerme porque te vas, porque nos veo a nosotros como siento al mundo, porque no puedo parar de no decir lo que quieres escuchar.

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